¿LA CONOCÍ?
¿La conocí? No sé. Vino a mi
vida en languidez de caluroso viento, dando tumbos, rodando en
algazara, sin planes de futuro, con los besos en abundancia de semillas
fáciles lanzadas a voleo. Tan bella sembradora, tan receptivo y fértil
el terreno. No sabía de ardid o compromiso, transparencia en la sombra de
los cuerpos, sus palabras de estrictas acepciones con la fidelidad de los
espejos.
Nunca nadie me habló de tal manera, sin sonrojo, en
directo. Su discurso era dardo hacia el espíritu, rasgueando querencias y
conceptos, mujer de cien facetas, pero siempre de paso, como el
tiempo. Más que álamo era arroyo, renunciando a lo estático, sendero de
agua hacia un mar al que jamás se llega, mas que fluye en perpetuo
movimiento.
Yo le hablaba de abrazos, ella hablaba de versos, yo de
melancolía, ella de ofrecimientos. No temblaba su voz, ni
parpadeaba, en los temas atípicos del sexo.
Conversamos por horas,
llegando a conocernos. Éramos tan afines como si fuera parte de un
recuerdo.
Me hizo el amor con aptitud de hetaira, con imaginación, sin
titubeos, pulsando cada cuerda del arpa de mi cuerpo.
Tan natural
como la rosa, el río, la canción de las olas, el almendro.
Y al fin
partió. Como el hilillo tenue del humo del incienso; como la amplia
sonrisa que se apaga en la tarde; como el eco.
Manos desconocidas nos
enseñan tanto más que el trajín de los expertos…
Texto de Francisco
Álvarez Hidalgo
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