La generación del ensuciamiento
Es
sencillo confirmar objetivamente la visión de Seignalet:
el ensuciamiento y el colapso tóxico están generados por la moderna
alimentación. Por ello resulta clave entender para qué alimento
ha sido diseñado originalmente nuestro organismo.
Siguiendo
el ejemplo del automóvil, cuando adquirimos un vehículo, recibimos las
indicaciones del combustible para el cual ha sido diseñado y construido el
motor. A nadie se le ocurriría colocar nafta en un motor diesel, o kerosén en
lugar de nafta, ya que el motor comenzaría a fallar y se carbonizaría.
![motor descompuesto](http://www.unmundodebrotes.com/wp-content/uploads/2012/04/motor-descompuesto.bmp)
Pero frecuentemente, por falta de un “manual de
instrucciones”, hacemos eso con nuestro cuerpo… y con un agravante. Si usamos el
vehículo con combustible inadecuado, nos damos cuenta rápidamente: hacemos
limpiar el motor, cambiamos el combustible y entonces todo vuelve a la
normalidad. En cambio
con
el cuerpo, no relacionamos las fallas con el combustible incorrecto, y
seguimos…
Podemos
afirmar que un alimento
fisiológico es aquel que nutre,
vitaliza y depura, sin generar ensuciamiento. En contrapartida,
resulta obvio que el alimento moderno:
- No
es fisiológico y no se digiere correctamente
-
Genera excesos y carencias nutricionales
-
Consume energía y no proporciona vitalidad
-
Es adictivo y difícil de dejar
- Genera
mucha toxemia y ensuciamiento crónico
![Comida ensuciante](http://www.unmundodebrotes.com/wp-content/uploads/2012/04/Exceso-nutricional-2.jpg)
El grado de eliminación de estos alimentos de nuestra rutina
diaria, será directamente proporcional al beneficio depurativo que pretendamos
lograr. No por caso estamos mal y no por caso los alimentos ensuciantes
representan la base de nuestra moderna dieta industrializada: los consumimos en
grandes volúmenes, los 365 días del año y muchas veces al día. La decisión (y el
beneficio) está sólo en nuestras manos (y bocas).
En
primer lugar pasaremos revista a aquellos alimentos ensuciantes, que deberíamos
descartar de nuestra ingesta diaria o al menos reservarlos para excepciones
(fines de semana o eventos sociales); no es importante la excepcionalidad sino
la cotidianeidad de su ingesta.
Refinados industriales (azúcar blanca, harina
blanca, arroz blanco, aceites refinados, sal refinada, etc) y los alimentos que
los contienen (alimentos industrializados, gaseosas, panificados, copos de
cereales, golosinas, productos lights…)
Margarinas (aceites vegetales
hidrogenados) y los numerosos
productos
masivos que los contienen (helados, lácteos, golosinas, papas
fritas, panificados…)
Almidones
mal procesados (harinas y féculas sin la correcta humectación,
cocción y masticación), fundamentalmente maíz pampeano y trigo (híbridos y
transgénicos)
Soja
en forma de porotos, harinas, texturizados, aceites refinados, proteína aislada
o jugos (leche de soja); existe [1] profusa evidencia científica
de los problemas que ocasiona su consumo regular.
Alimentos cocinados por encima de los
100ºC (punto de ebullición del agua), dada la generación de
compuestos artificiales (cancerígenos y mutagénicos) y la reacción defensiva que
realiza el cuerpo (leucocitosis post prandial)
Edulcorantes,
conservantes y aditivos sintéticos, y los numerosos alimentos de
uso masivo que los contienen, dado que “engañan” al cuerpo (provocan
hipoglucemia y obesidad), inhiben la química corporal (flora, hígado) e
intoxican
Productos animales de cría
industrial (feedlot, estabulación, piscicultura en piletas, pollos de
jaula…) incluidos lácteos
y sus derivados
Si
bien los fundamentos de la problemática de los
lácteos exceden el marco de esta obra [2], hemos visto a lo
largo del libro muchas objeciones a su uso, por distintos motivos. A modo de
resumen podemos decir que su
ingesta genera evidentes perjuicios: agotamiento
inmunológico, desorden mineral y hormonal, reacciones alérgicas, daños
circulatorios, congestión mucógena, desequilibrio de flora y mucosa intestinal,
estreñimiento, consumo adictivo y sobre todo, toxemia
corporal.
En
contrapartida, los
lácteos no aportan nutrientes “esenciales”. El solo hecho de
experimentar con 15 días de abstinencia total (tranquilos, nadie se muere ni
pierde los dientes por ello!!!), y su posterior reintroducción, nos permitirá
obtener una respuesta absolutamente personalizada e inequívoca de nuestro
organismo.
Además de evitar
el tabaco (cuyos daños corporales son por demás conocidos)
y el
alcohol, en un proceso depurativo resulta esencial prescindir de
muchos fármacos aparentemente
inofensivos y hasta socialmente vistos como necesarios. Nos referimos a antibióticos,
antiácidos, antiinflamatorios, analgésicos, etc. Los efectos
secundarios de estos productos son numerosos. Fundamentalmente afectan
el equilibrio de la flora y la mucosa intestinal, deprimen la inmunología e
inhiben la síntesis de nutrientes claves para la química corporal.
Quedan fuera de esta consideración, las medicaciones específicas de tratamientos
convencionales.
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