Una en mí maté:
Yo no la amaba.
Era la flor flameando
Del cactus de montaña;
Era aridez y fuego;
Nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
A los pies y a espaldas
Y no bajaba nunca
Y buscar "ojos de agua".
Donde hacía su siesta,
Las hierbas se enroscaban
De aliento de su boca
Y brasa de su cara.
En rápidas resinas
Se endurecían su habla,
Por no caer en linda
Presa soltada.
Doblarse no sabía
La planta de montaña,
Y al costado de ella,
Yo me doblaba.
La dejé que muriese,
Robándole mi extraña.
Se acabó como el águila
Que no es alimentada.
Sosegó el aletazo,
Se dobló, lacia,
Y me cayó a la mano
Su pavesa acabada.
Por ella todavía
Me gimen sus hermanas,
Y las gredas de fuego
Al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo:
Buscad por las quebradas
Y haced con las arcillas
Otra águila abrasada.
Si no podéis, entonces
¡Ay!, olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
También matadla!
GABRIELA MISTRAL