Conozco la historia del que llenaba su casa de lilas blancas; la del que amaba deslizar la mano, temblorosa, sobre frías gemas, ágatas, berilos; la del que paseaba en la noche, con un candelabro Imperio por salones abarrotados de lienzos y marfiles. Hiperestésicos, anhelantes, heridos. Porque la Belleza es, a veces, excesiva e inasible. Pero sigue brillando el cuerpo joven en la tarde. Y se enciende la mirada azul, y el fino cabello negro, y la piel oscura. Y el muchacho nos mira, al pasar, ignorante de su don, como en los cuentos persas, mientras tú, herido, buscas alivio en cosas muertas.
Luis Antonio de Villena
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