El otoño cruzaba las colinas de débiles temblores. Cada hoja caída estremecía toda una montaña.
Leve rumor de luces y de brisas rodaba por el valle, se acercaba. Los pájaros dejaban bruscamente temblorosas las ramas cayéndose hacia el cielo, arrebatados por una fuerza extraña. Las carnosas ortigas se apretaban como un rebaño inquieto. Levantaban del agua su cabeza, los juncos. Las verdinegras zarzas se crecían. Imperceptibles, más delgadas por la tensa postura de su espera, las hierbas, anhelantes…
Tú llegabas, y una amarilla paz de hojas caídas reponía el silencio a tus espaldas.
Ángel González
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