Alabado sea Jesucristo…
El P. Roberto de Grandis en su libro “Sanados por la Eucaristía” escribió: "Cuanto más fuerte sea la presencia de Jesús, habrá más sanaciones. Y la presencia más grande del Señor, la tenemos en la Eucaristía. Es mucho más fuerte que imponer las manos, mucho más fuerte que ungir con aceite, mucho más fuerte que predicar la Palabra. La presencia de Jesús en la Eucaristía, es la presencia absoluta. El momento más grande de sanación es el momento de la comunión. Confieso que, después de veinticinco años en el ministerio de sanación, es ahora cuando estoy empezando a ver la realidad de lo que digo: El Señor sana en la Eucaristía.
Conocí a una mujer que estaba embarazada y el médico le dijo que tenía que abortar; porque el niño estaba completamente deforme. Fue a la iglesia. Durante la misa pidió fuerza para poder aceptar a ese niño y, cuando el sacerdote elevaba la hostia sintió un poder grande dentro de ella y una gran paz. El médico insistía en que tenía que abortar. Siguió yendo diariamente a misa, y tuvo una niña perfectamente normal. Ya ha cumplido los siete años y la están preparando para su primera comunión".
¡Buenos días!
Convertidos gracias a la Eucaristía
Refieren los biógrafos de San Antonio de Padua que, estando en Rímini en 1225, un hereje albigense, llamado Boniville, negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía y le pedía una prueba convincente. El hereje llevó a la plaza su mula, a la que había dejado tres días sin comer, Y le llevó una bolsa de cebada mientras que San Antonio llevaba el Santísimo Sacramento, y la mula dejando sin probar la cebada, se arrodilló a su manera ante la Eucaristía. A la vista de este milagro, se convirtió Boniville con varios de sus seguidores. Y allí se construyó una capilla para recordar el milagro.
Cuando el santo cura de Ars llegó a ese pequeño pueblo francés, apenas tres o cuatro ancianas iban a misa. Él, entonces, se dedicó a pasarse muchas horas de adoración ante el Santísimo y siempre con el Rosario entre las manos y los ojos fijos en el sagrario. Poco a poco, la gente empezó a ir a la Iglesia y a querer confesarse. Así empezó un ministerio de confesión que lo hizo famoso, pues venían hasta de los últimos rincones de Francia y del extranjero para ver y oír a aquel sacerdote con fama de santo, que tanto amaba a Jesús sacramentado.
Algo parecido sucedió en el pueblo de San Giovanni Rotondo con el famoso P. Pío de Pietrelcina, capuchino estigmatizado. Cuando Él llegó, era un pueblo desconocido; hoy es un centro espiritual, sanitario y cultural de fama internacional. ¿Qué es lo que hizo el milagro? El P. Pío, sencillo y enfermizo, se pasaba las horas ante el sagrario, orando por los pecadores y sufriendo por ellos. Poco a poco, la gente comenzó a visitarlo para confesarse con él. Y, como le había sucedido al cura de Ars, tuvo que dedicar sus horas libres a confesar. El 20 de setiembre de 1918, estando en oración ante el Santísimo, recibió de Jesús las santas llagas en manos, pies y costado.
Enviado por el P. Natalio |