Alabado sea Jesucristo…
El P. Darío Betancourt es un sacerdote con un gran ministerio de sanación. Dice en su librito “La Eucaristía”: “Recién ordenado sacerdote fui a la casa de unos campesinos a llevar la comunión. Había un niño con un eczema, que era como una llaga al rojo vivo. Sus padres me contaron que habían gastado todo su dinero en médicos y medicinas sin éxito alguno. Yo impuse el relicario con la hostia consagrada, tocando al niño, mientras todos pedíamos a Dios por su curación. Dos semanas más tarde, sus padres me trajeron al niño para mostrarme cómo se habían secado las llagas. Me contaron que, desde el momento de aquella oración, el pequeño había dejado de rascarse y empezó la mejoría”...
“Otro día, me llamaron a un hospital de Nueva York para atender a Ann Greer, que llevaba dos meses inconsciente. Yo me acordé del caso que acabo de contar y le puse el relicario sobre su frente en el lugar donde había sido golpeada en un terrible accidente automovilístico. Por la noche, fuimos informados de que la niña había recobrado un poco de calor y sus miembros estaban más fieles. Al día siguiente, los médicos estaban admirados de la mejoría tan grande de la noche a la mañana. Dos días más tarde, reconocía y recordaba. Una semana después, Ann dejaba el hospital totalmente recuperada”.
Y es que Jesús sigue sanando…
¡Buenos días!
El gigante y el pigmeo
Tú eres parte de grupos humanos y tus tareas contribuyen a lograr los objetivos que dan sentido a la empresa. Por lo tanto es importante que aprecies y respetes a todos -incluso a los más humildes- porque todos llevan adelante la organización. Y sientas la alegría y la responsabilidad de aportar lo que te corresponde para tu propia satisfacción y la de tus compañeros.
Cuentan de un gigante que se disponía a atravesar un río profundo y se encontró en la orilla con un pigmeo que no sabía nadar y no podía atravesar el río por su profundidad. El gigante lo cargó sobre sus hombros y se metió en el agua. Hacia la mitad de la travesía, el pigmeo, que sobresalía por encima de la cabeza del gigante, alcanzó a ver escondidos entre la vegetación de la otra orilla, a unos indios que los esperaban con sus arcos preparados. El pigmeo avisó al gigante. Este se detuvo y comenzó a alejarse hacia atrás. En aquel momento, una flecha se hundió en el agua cerca del gigante, y así luego otras más, mientras gigante y pigmeo ganaban la orilla, sanos y salvos. El gigante dio las gracias al pigmeo, pero éste le replicó: "Si no me hubiese apoyado en ti, no habría podido ver más lejos que tú”.
Una vez Pío X recibió en audiencia a unos sacerdotes, profesores eminentes en Roma. Pero entre ellos estaba también el Hermano cocinero. El Papa preguntó a éste en qué se había doctorado y, muy confuso, dijo. En nada, no soy más que cocinero. Entonces Pío X dijo: “¿Qué harían estos sabios profesores y que sería de su ciencia, si usted no pensara en sus estómagos? Casi nunca lo más necesario es lo más brillante”. ¡Qué sabiduría y qué humanidad! Enviado por el P. Natalio |