Alabado sea Jesucristo…
Hoy, como ayer, la fuerza evangelizadora de la Iglesia, que permite que el mensaje llegue a la vida de los hombres y de la sociedad, reside en la armoniosa conjunción de palabra y vida, de palabra encarnada en la vida, o vida que es de suyo una palabra. ¿Hará falta explicar el impacto universal provocado por el testimonio, entre otros, de los papas San Juan XXIII, Beato Pablo VI o San Juan Pablo II? Y en nuestra propia Argentina, ¿quién puede ignorar la fuerza testimonial y evangelizadora, entre varios otros, del Beato Cura Brochero, el venerable José León Torres, de los siervos de Dios Mamerto Esquiú, el cardenal Pironio, José Américo Orzali, y de otros más cuya santidad, Dios mediante, la Iglesia reconocerá un día? El anuncio misionero de los pastores y de los laicos no puede ser sólo palabra sino testimonio, o palabra testimonial. Esta exigencia de testimonio silencioso y elocuente por sí mismo, permitía a San Juan Pablo II, en su hermosa carta “Novo milenio ineunte”, exhortar a la santidad considerándola como una ‘urgencia pastoral’. Quizá no hemos meditado lo suficiente sobre las implicancias de tal afirmación.
Mons. Antonio Marino
¡Buenos días!
El poder del entusiasmo
“Han sido los griegos los que nos han legado la palabra más bella de nuestro idioma: la palabra «entusiasmo», del griego «theos», un dios interior” (Pasteur). La palabra contraria (antónima) es apatía: falta de pasión, de fuego. Alguien dijo que, aunque no hagas más que alfileres, si no eres entusiasta de tu oficio, ni te destacarás en él, ni disfrutarás de tu tarea cotidiana.
Si tienes entusiasmo puedes hacerlo todo. El entusiasmo es la levadura que hace crecer nuestras esperanzas hasta alcanzar las estrellas. El entusiasmo es el brillo en nuestros ojos, la vivacidad en nuestro andar, la fuerza en nuestras manos, el ímpetu irresistible de nuestra voluntad y de nuestras energías que nos lleva a realizar nuestras ideas. Los entusiastas son los triunfadores. Ellos tienen fortaleza, tienen tenacidad. El entusiasmo es la base de todo progreso. Con él se consigue crear. Sin él, todo son excusas.
“Dejo en tus manos todos mis trabajos, Dios mío. No quiero debilitarme y perder el entusiasmo por el temor al fracaso. Quiero trabajar firme y seguro, porque tú estarás conmigo para ampararme. Contigo todo estará bien, todo terminará bien, y también de mis errores y fracasos sacarás una bendición para mi vida”, (P. Fernández). Cultiva y pide el entusiasmo.
Enviado por el P. Natalio