Alabado sea Jesucristo…
“Buenos Días… Yo soy Dios. El día de hoy me encargaré de todos tus problemas. Por favor recuerda que no necesito de tu ayuda.
Si el diablo de casualidad te puso en una situación que no puedes manejar NO intentes resolverla. Ponla amablemente en la caja CPHD (Cosas para hacer DIOS).
Esto se arreglará en MI tiempo, no en el tuyo. Ya que aferrarte o sacarlo solo demoraría la solución del problema.
Si es una situación que tú piensas que eres capaz de manejar, por favor consúltame en una oración, para asegurarte que es la solución correcta.
Debido a que no duermo, ni dormito, no es necesario que pierdas tu sueño, yo me encargaré de velarlo. Descansa hijo.
Si necesitas contactarme, estoy solo a una oración de distancia”. (RDP)
¡Buenos días!
La confesión
El sacramento de la confesión puede ser una experiencia profundamente liberadora que nos ayude a crecer y a vivir mejor. Sin embargo, nuestras confesiones no siempre son un momento intensamente vivido. A veces las sentimos como una molestia necesaria, o como un ejercicio de rutina. Bien preparada y recibida con frecuencia, la confesión ayuda a conocerse mejor.
Que un hombre en vida sea visitado en peregrinación, que las multitudes acudan a venerarlo como a una reliquia, es un hecho más único que raro. Durante 30 años, la humilde aldea de Ars fue testigo de una tal maravilla: multitudes, que sin cesar se iban renovando, se postraban de rodillas para confesarse. Desde 1827 a 1859, la iglesia no estuvo ni un momento vacía. Un día de 1829, después de la oración de la tarde, el Cura de Ars acababa de subir a su habitación. De repente, un recio puñetazo conmueve la puerta del patio. Después de dos o tres sacudidas a cuál más violenta, el Cura se decide a bajar y abrir. Un carretero le está aguardando. Ha dejado los animales delante de la iglesia. “Venga, le dice, es un asunto delicado; quiero confesarme y enseguida”.
La confesión tranquiliza la conciencia, consuela el corazón, ayuda a superar la fuerza del mal y del pecado en nosotros, es una respuesta coherente al llamado a la conversión que nos hace la Palabra de Dios y es ocasión para experimentar el amor infinitamente paciente y misericordioso de Dios. Anímate a recibirlo, al menos una vez año, durante el tiempo pascual.
Enviado por el P. Natalio