Alabado sea Jesucristo…
Uno de mis autores preferidos es San Agustín. Y un día leyendo uno de sus libros encontré esta frase que me hizo detenerme bruscamente, y volverla a leer: "¿Quién soy yo, Señor, para que me pidas y me exijas que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas, y te enojas muchísimo si no lo hago, más aún, me amenazas con castigos eternos. ¿Quién soy yo?”.
Y me puse a reflexionar en ello. A Dios le importa de nosotros sobre todo una cosa, pero le importa muchísimo. Y es que le amemos. Pero que le amemos no de cualquier forma: con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Hay que concluir que, si no amamos, estamos perdidos. Con Dios no tenemos nada que hacer si no sabemos ofrecerle un poco de amor a Él y a nuestro prójimo. Pero si sabemos amar, estamos salvados. Después ese amor se demostrará con hechos, con actos de amor, como el participar en la misa, practicar la caridad con el prójimo etc.
Por eso, preguntémonos: ¿Cuánto amo yo a Dios? ¿Cuánto amo a mi prójimo? Ese es el máximo valor que tengo. Esa es mi salvación.
P. Mariano De Blas
¡Buenos días!
Para protegerte de la envidia
El P. Alfonso Milagro, autor de libros muy vendidos, cuenta esta constatación: Encontré a un hombre de buenas cualidades que casi las maldecía. Le pregunté por qué y me respondió: “Porque hacen sombra, y eso no me lo perdonan”. Eso es la envidia, un sentimiento de aguda incomodidad al ver a otro que tiene lo que deseamos. ¿Cómo protegerte? Con esta oración:
Protégeme, Señor, de todo mal, cúbreme con tu preciosa sangre salvadora, rodéame con la gloria de tu resurrección. Cuídame por la intercesión de María, de todos tus santos y de todos tus ángeles. Cúbreme con tu gloria, Dios mío. Mira a los que quieren dañarme o desprestigiarme. Muéstrales la fealdad de la envidia, y toca sus corazones para que me miren con buenos ojos. Sánalos de todo mal sentimiento, cura sus heridas más profundas, y bendícelos en abundancia, para que sean felices, y ya no necesiten dañarme. Confío en ti, Señor. Amén. (P. Víctor Fernández).
El envidioso no cae en la cuenta de que la infelicidad no proviene de lo que no se tiene, sino de la falta de aprecio por lo que sí se posee. Hay además una falta de compromiso y responsabilidad con la propia vida, porque el celoso, pendiente de la vida de otros, no asume la propia con sus fortalezas y posibilidades reales. El Señor te libre de todo daño.
Enviado por el P. Natalio