Alabado sea Jesucristo…
Mi Señor, Tú conoces todas las actividades en la que estoy involucrado y todas las preocupaciones que, por distintas razones, tengo en mi corazón. Quiero sentir que me llenas de confianza y me das paz para poder continuar. Te amo y quiero servirte con todas las fuerzas de mi corazón, pero para ello, necesito que llenes mi corazón de tu bondad y de tu amor, para poder ser una persona coherente y comprometida en cada uno de mis actos. Permite que pueda ser sal para aquellos que están a mi lado, que mis palabras, mis actitudes y mis acciones les ayuden a encontrarse contigo y puedan así vivir plenamente felices. Permite que siempre esté dispuesto y preparado para dar lo mejor de mí a cada instante. Amén. (PdeF)
¡Buenos días!
La espada de Damocles
No envidies a los poderosos, o a las estrellas o astros del cine, del deporte, o de la vida social. La envidia es como un resentimiento irracional causado por desear el bien ajeno, un disgusto oscuro que provoca la elevada posición de una persona, o el brillo de sus cualidades. Detrás de la envidia hay una incapacidad de reconocer los propios límites y carencias.
Damocles, era un adulador cortesano de Dionisio, tirano de Siracusa (siglo IV a. C.). Había propagado que Dionisio era un mimado de la suerte al disponer de tan gran poder y riqueza. El tirano para darle un escarmiento, le ofreció intercambiar con él por un día sus tareas. Así podría disfrutar de absoluto poder. Esa misma tarde Damocles celebró un opíparo banquete donde fue servido como un rey. Cuando a mitad de la comida miró hacia arriba y reparó en la afilada espada que colgaba de un finísimo hilo sobre su cabeza, empalideció de repente y perdió las ganas de seguir comiendo. Pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan dichoso.
No te compares con los demás, porque todo humano tiene sus cruces y problemas, sus días de sol y de nublados, su tiempo de reír y de llorar. Enumera tus bienes y agradécelos al Señor. Que el Espíritu Santo te dé sabiduría y prudencia para liberarte de la funesta envidia.
Enviado por el P. Natalio