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Blanca sois, señora mía, más que no el rayo del sol: ¿si la dormiré esta noche desarmado y sin pavor? que siete años había, siete, que no me desarmo, no. Más negras tengo mis carnes que un tiznado carbón: —Dormilda, señor, dormilda, desarmado sin temor que el conde es ido a la caza a los montes de León. —Rabia le mate los perros, y águilas el su halcón, y del monte hasta su casa a él le arrastre el morón. —Ellos en aquesto estando su marido que llegó: —¿Qué hacéis, la Blanca-niña, hija de padre traidor?
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—Señor, peino mis cabellos, péinolos con gran dolor, que me dejéis a mi sola y a los montes os vais vos. —Esa palabra, la niña, no era sino traición: ¿cúyo es aquel caballo que allá bajo relinchó? —Señor, era de mi padre, y envióslo para vos. —¿Cúyas son aquellas armas que están en el corredor? —Señor, eran de mi hermano, y hoy os las envió. —¿Cúya es aquella lanza, desde aquí la veo yo? —Tomalda, conde, tomalda, matadme con ella vos, que aquesta muerte, buen conde, bien os la merezco yo.
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