Alabado sea Jesucristo…
Muchos necesitan gran cantidad de libros para sacar algunas enseñanzas. Pero en realidad basta el Santo Evangelio y la vida que vivimos, para llegar a sabias reflexiones.
Debemos aprender a leer en el libro estupendo de nuestra vida, pues todo lo que nos fue sucediendo en la vida ha sido delicadamente preparado por Dios, y también por la Virgen, para que nos hagamos adultos en el conocimiento de la Verdad, y sabios según la Sabiduría de Dios.
Hagamos el propósito de leer cada día unas páginas del Evangelio, ya que esta práctica nos llevará muy pronto a ver la vida y los aconteceres de nuestra vida y la de los demás, según la óptica de Dios, y seremos sabios.
Como Dios es simple, Él ha querido también que su doctrina fuera simple, para que todos la entiendan. E incluso la entienden mejor los sencillos, que aquellos que están repletos de saberes humanos y de ciencia, que no alimenta sino que hincha y ensoberbece.
Sería muy conveniente que nos aprendamos el Evangelio, al menos varios pasajes de los que más nos muevan, de memoria, para tenerlos siempre a flor de labios y, sobre todo, para iluminar con ellos nuestro entendimiento, y por qué no, también para taparle la boca al demonio cuando nos tienta, ya que el diablo no soporta la Palabra de Dios, y ante ella huye despavorido.
El tiempo de que disponemos en este mundo no es mucho. Sería una verdadera lástima que lo desperdiciemos leyendo libros que no sacian. Entonces leamos más el Evangelio y veremos muy pronto los sabrosos frutos de esta santa costumbre.
* Sitio Santísima Virgen.
¡Buenos días!
Clase de medicina
Según una fábula, Zeus colocó dos alforjas a cada ser humano: una sobre el pecho y otra, atrás a la espalda. Los hombres, sin excepción, han puesto en la alforja que está a la vista los defectos de las personas conocidas, mientras que los defectos propios en la alforja que tienen en la espalda. Por eso son expertos en debilidades ajenas, y analfabetos en sus propias fallas.
En un Hospital universitario un doctor explica a sus alumnos ante la cama de una anciana enferma, los síntomas de su enfermedad. —Fíjense, en la arrugada frente, en los ojos hundidos y brillantes, en la piel arrugada y roja, en las uñas..... La enferma, cansada de oír epítetos desfavorables, exclamó: —¡Ya está bien, doctor, que usted tampoco es un Apolo!
El conocimiento de uno mismo es llave de sabiduría, porque desde tu realidad personal puedes crecer y superarte. Con un ojo en tus virtudes para conservarlas y darles brillo, y con el otro ojo en tus debilidades para neutralizarlas, afronta con esperanza y firmeza esa labor cotidiana de realizar el proyecto de Dios sobre tu vida.
* Enviado por el P. Natalio