Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Qué cese esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante para los dos.
Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es anima de soledades, ciervo con una
flecha en el ijar que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio;
su actitud que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen.
Se vuelve –antes que lo devoren– (cómplice, fascinado) igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
4. Rimas XXIV – Gustavo Adolfo Béquer
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