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Acuérdate de la enseñanza de tu madre
Un joven había caído cada vez más bajo en la delincuencia. Nada parecía detenerle. De delito en delito había pasado al atraco a mano armada. Un día se presentó ante una ventanilla con un arma y exigió el dinero de la caja. La cajera, una señora de edad, lo miró fijamente durante un momento y por una inexplicable razón, olvidando toda prudencia, le habló tranquila y seriamente: –Hijo mío, estás arruinando tu vida. Tarde o temprano te capturarán y te echarán en la cárcel. Te ruego, reflexiona. Acuérdate de la enseñanza de tu madre… Hubo un frío silencio durante algunos segundos. De repente el gángster dio media vuelta y se fue sin decir nada.Algunos días después de esa aventura el joven decidió presentarse a la policía y confesar sus fechorías. Cuando se le preguntó por qué aquel día se había ido sin robar nada, respondió: –Esa mujer me hizo pensar en mi madre. Hablaba como ella y se le parecía.No sabemos qué fue del joven, pero esta historia subraya la importancia de la enseñanza de los padres y de la educación dada a los hijos desde su temprana edad. Enseñarles la cortesía y el respeto por los demás está bien, pero criarlos “en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4) es aun mejor. Porque “el principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Salmo 111:10).
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