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¿Usted habló del pecado?
Una característica actual de nuestro mundo occidental es el debilitamiento, por no decir la desaparición, de la noción del pecado. La gente está de acuerdo en reconocer que la violencia debe ser reprimida. Pero si el número de delitos y crímenes aumenta, se dice que es culpa de la miseria, de la exclusión o del Gobierno. Es cierto que el egoísmo y la angustia que resulta de estos factores generan mucha violencia, pero nos negamos a reconocer que la naturaleza humana en sí es mala, y que esos hechos son una triste evidencia. Por otra parte, no reconocemos el verdadero carácter del mal: una falta para con Dios. El pecado no es sólo lo que causa perjuicio a otros, sino lo que en el hombre rebelde se opone a la voluntad de Dios su Creador. Por esto, el Dios santo y justo lo declara pecador culpable, merecedor del juicio. El indiferente y el incrédulo no quieren escuchar tales declaraciones, pues para ellos, matar a alguien es un crimen, pero mentir o blasfemar no tiene importancia. Éstos no se pueden apropiar del mensaje divino que proclama que Jesucristo vino para abolir el pecado mediante su sacrificio. Él, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre, se ofreció como víctima expiatoria a favor del pecador. Pero para conocerle como Salvador es necesario que el hombre se reconozca pecador, pues todos somos pecadores. Jesucristo vino a traer la liberación del pecado “a todos los que le recibieron…” por la fe (Juan 1:12).
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