¡La esposa de mi pastor me abrazó!
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El toque amoroso en las relaciones interpersonales femeninas. | |
Un grupo de mujeres cristianas volvía de un retiro de damas; un hermoso fin de semana en las sierras. Todas comentaban animosamente los hermosos momentos vividos. Momentos de alabanza, compañerismo, oración, reflexión, quebrantamiento y regocijo delante del Señor.
Hablaban a la vez, se reían, compartían." ¡Qué lindo fue conocer mujeres de tantos lugares! ¡Qué buenos oradores! ¡Qué temas tan necesarios y actuales para la mujer!"; cada una tenía algo que decir, pero una de ellas comentó: "¡Cómo me llegó la actitud de Mabel! En cierta oportunidad se acercó y me abrazó con tanto amor que algunos resquemores que albergaba contra ella se diluyeron para siempre, frente a esa expresión de cariño". Luego de un momento, agregó: "Muchas veces he hablado con ella, es la esposa de mi pastor. Me ha sabido escuchar atentamente cuando he tenido un problema; me ha aconsejado, se ha interesado por mí y mi familia ¡y hasta hemos orado juntas!... Pero ahora que lo pienso, es la primera vez que me demuestra su cariño con un abrazo. ¡Y qué bien me hizo!"
Un dicho muy popular expresa que "el amor es la fuerza más poderosa que existe en el mundo", y San Pablo afirma: "Si no tengo amor, nada soy". Si no tengo amor, de nada sirve todo lo que pueda hacer.
¡Cuántas son las esposas de líderes que deben convivir en medio de tantas diversas tareas, desarrollar relaciones interpersonales tan variadas, manejarse entre actitudes personales que muchas veces son feas y confrontadas, y todo sin haber tenido la oportunidad de capacitarse debidamente! ¿Cómo hacer para conducir su vida en medio de gente tan distinta, estimular a las demás a actitudes positivas, terciar en problemas de ajenos y pilotar situaciones delicadas?
La respuesta es: El AMOR. Simplemente el amor, pero ... ¡Qué difícil que es amar!
"¿Cómo puedo amar si no lo siento?", me preguntó alguien, un día. Entonces y ahora la respuesta es la misma: El amor no es un sentimiento, es una elección. Y una elección que hacemos para toda la vida.
Dios el Padre eligió el amor y lo expresó de un modo supremo al regalarnos a Cristo, su Hijo. Jesús de Nazaret hizo una elección de amor al marchar voluntaria y obedientemente hacia la cruz, para expiación de nuestros pecados. El Espíritu Santo elige el amor y obra con poder en medio de un cuerpo cuyos miembros, a veces, flaquean o se debilitan. Entonces "sopla", levantando" los en alas de fe y victoria.
Entonces, ¿por qué no habríamos de elegir nosotras también el amor para dar lo mejor de nosotras mismas? Ciertamente no es fácil, pero tampoco imposible.
El amor es magnífico. Ayuda a vivir, rejuvenece el alma, perfuma la vida y tiñe de un "algo" divino los gestos más simples. Es poderoso y a la vez suave; ayuda a curar, a perdonar, a olvidar. Nos mueve a dar, a entregamos, a creer, a esperar. El amor es de Dios y la esposa del pastor no pude hacer menos que elegirlo.
Un abrazo, una sonrisa, un beso, una caricia, una mirada encierran un tesoro de valor incalculable. ¡Dicen tantas cosas en silencio! Una pequeña tarjeta, una notita, un llamado telefónico nos acercan a un alma hermana, derribando esas barreras inútiles que separan, para entonces edificar un sentimiento nuevo de unidad y comprensión.
El amor debe ser nuestra elección porque es el único camino para cumplir, en parte, con la responsabilidad grande (a la vez que magnífico privilegio) de recorrer el camino de la vida siendo la esposa de un pastor, un predicador, un misionero, un siervo de Dios. Susana, una joven abogada sureña de familia hebrea, hace algunos años convertida a Cristo, compartió en una reunión un hermoso testimonio de sanidad interior. Mas de seiscientas mujeres la escucharon en medio de un silencio expectante. Muchas de ellas pudieron sentir que el toque divino las alcanzaba a través de sus palabras. Simplemente porque él amor es de Dios y es para nosotras, sus hijas.
Susana decía que aunque hacía varios años que había aceptado a Jesucristo y había sido bendecida de múltiples maneras, ese día en particular se sentía muy deprimida, enfrentando ciertos y difíciles problemas. En medio de su estado de ánimo no podía vislumbrar la solución. Pero aún así oyó la predicación, aunque sin escucharla realmente. Su dolor no le permitía concentrarse en las palabras de aquel mensaje. Su tristeza era como una coraza que impedía que penetrara la Palabra. Pero al finalizar, se hizo una invitación y ella la aceptó casi de una manera automática. Lentamente pasó adelante.
En un momento, María, la predicadora, se acercó y la abrazó prolongadamente. Susana sintió que era Dios mismo que la amaba y la protegía con ese dulce abrazo. Las lágrimas empezaron a correr en sus mejillas, el dolor se alivió, sus heridas comenzaron a sanar. El llanto lavó sus ojos y entonces pudo contemplar libremente la gloria del maravilloso amor de Dios.
"Desde ese abrazo mi vida cambió", concluyó Susana, radiante de gozo. No fueron talentos extraordinarios, no fue sicología, ni palabras fuera de serie; tampoco fue la demostración de una gran preparación. Sólo fue un abrazo. Un gesto de amor.
Todas podemos dar ese abrazo, y también recibirlo en algún punto del camino de la vida.
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