En 1960 se realizó en la ciudad de Lima, Perú, un congreso de jóvenes. Era la primera vez que yo salía del interior hacia la capital, y también la primera vez que tenía la oportunidad de ver a tantos cristianos juntos. En la pequeña congregación de mi ciudad nunca se reunían más de veinte personas, y ahora estaba allí, deslumbrado, con casi mil jóvenes provenientes del Perú, de Bolivia y del Ecuador.
Por aquella época yo era apenas un adolescente de 12 años. El congreso fue maravilloso. Canté, vibré y participé como nunca.
Cuando todo terminó, me quedé solo en el auditorio, y arrodillado le dije a Dios: "Señor, ayúdame a estudiar para ser un pastor. Un día quiero ser un líder de jóvenes y hacer un congreso tan grande como éste".
Lo que yo no podía saber ese día era que Dios estaba escuchando "la voz del muchacho" ahí donde estaba.
Dos años más tarde terminé los estudios secundarios. Posteriormente