Texto
El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado» (Números 20: 12).
EN LA EXPIACIÓN REQUERIDA POR EL SISTEMA ritual del santuario, no todos los pecados se expiaban de la misma manera. Ya vimos que había ciertos pecados que no tenían expiación. Pero entre los que sí tenían, se hacían dos consideraciones que nos ayudan a entender mejor la justicia y la misericordia de Dios.
La primera consistía en que no todos los pecados eran iguales a la vista de Dios, considerados desde el punto de vista de la ofrenda requerida para la expiación. Debemos aclarar que todo pecado es una ofensa contra Dios, y que, desde la perspectiva de la santidad divina, todo pecado conlleva la ira de Dios. En este sentido, no hay pecado pequeño delante de Dios.
Sin embargo, de acuerdo a la ley levítica, para expiar los pecados involuntarios se hacía diferencia entre una persona y otra. El israelita común debía llevar una ofrenda menor que la del gobernante, o de toda la congregación. Aparentemente, Dios consideraba más grave el pecado del dirigente y de la comunidad entera, que el de alguien común del pueblo. Notemos: «Si el que peca inadvertidamente es alguien del pueblo […] llevará como ofrenda por su pecado una cabra sin defecto» (Lev. 4: 27, 28). Si quien cometía la falta era todo el pueblo, se procedía diferente: «Si la que peca inadvertidamente es toda la comunidad de Israel […] deberá ofrecer un novillo como sacrificio expiatorio» (vers. 13, 14). Si el que pecaba inadvertidamente era uno de los gobernantes, «llevará como ofrenda un macho cabrío sin defecto» (vers. 22, 23).
Cuando Moisés y Aarón pecaron contra Dios en el asunto de sacar agua de la roca, el Señor reveló que el castigo del pecado del dirigente es más serio: «El Señor reprendió a estos guías y declaró que no debían entrar en la tierra prometida. Ante la hueste hebrea el Altísimo demostró que el pecado del dirigente fue mayor que el de quienes eran guiados» (Alza tus ojos, p. 297).
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