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De: esperanzaotoñalcaribe  (Mensaje original) Enviado: 07/06/2012 19:57
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida junta­mente con Cristo [por gracia sois salvos]. Efesios 2:4-6.
Las palabras de San Pablo revelan que Jesús es el Señor y el Autor de nues­tra salvación. Es mediante Cristo que recibimos la vida. Solo por él, un día nos sentaremos en tronos celestiales… en fin. Todo el proceso y las bendiciones de la salvación tienen, como eje principal, el amor, la obra y el sa­crificio infinitos de Jesús.

Los seres humanos tenemos la tendencia a teorizar las cosas. Pero, el cristianismo no se relaciona con una teoría o con un cuerpo de creencias fundamentales, a pesar de que todo eso forme parte de la experiencia cristiana.
La columna vertebral del cristianismo es Jesús. En realidad, todo es Jesús. La vida no es un período de tiempo que el corazón late: es Jesús. Él dijo “yo soy la vida”. La verdad no es un cuerpo de doctrinas, es Jesús: él afirmó “yo soy la verdad”. La justicia no es algo que recibimos de Jesús, es el propio Señor Jesús: Jeremías dijo: “en sus día Judá será salvo e Israel estará seguro y este es el nombre por el que será llamado: Señor, justicia nuestra”. La salva­ción no es solo un don que recibimos, es el mismo Jesús: un día, él entro en la casa de Zaqueo y dijo: “hoy ha entrado la salvación a esta casa”.

Jesús es el inicio, el medio y el fin de la experiencia cristiana. Y ser cris­tiano es vivir una vida de comunión diaria con Jesús. Sin embargo, el peli­gro que muchos cristianos corren es el de teorizar también la experiencia cristiana; creer que el compañerismo con Cristo es, simplemente, cantar y mencionar a Jesús en todo momento.

Sin duda esto es bueno; pero no es suficiente. Porque la verdadera comu­nión con Cristo tiene dos aspectos. El primero es el tiempo que se pasa con Cristo, orando y estudiando la Biblia. El segundo es tener presente a Jesús a lo largo del día, en todas las actividades que se realiza. Para que esta segunda experiencia sea posible, es necesario participar de la primera.
Cuando, al empezar el día, separas tiempo para meditar y orar, es como si estuvieses abasteciendo el vehículo de combustible: si el tanque está lleno, el vehículo va a andar; si no, te quedarás parado en cualquier lugar de la carretera.

Haz de este día un día de victoria en Cristo, porque “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”.



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