¿Dónde Está?
“Y ninguno dice: ¿Dónde está Dios mi Hacedor, Que da cánticos en la noche, Que nos enseña más que a las bestias de la tierra, Y nos hace sabios más que a las aves del cielo?” (Job 35:10, 11)
Cierta mujer tenía dos pequeños niños que hacían tantas travesuras que la estaban llevando a la desesperación. Un día ella resolvió llevarlos para una charla con el pastor. Quien sabe tendría éxito ya que ella intentaba de todo y fallaba siempre. El pastor decidió conversar primero con el niño mayor, dejando al otro esperando del lado de fuera de su sala. El niño mayor estaba asustado. El pastor parecía muy serio dentro de aquel traje negro. El ministro, un hombre bondadoso, miró ternamente para el niño y preguntó: ¿joven donde esta Dios? El niño no tenía la menor idea de que contestar y se quedó en silencio. El ministro repitió la pregunta: “¿Joven, dónde está Dios?” El niño permaneció callado. El pastor preguntó, nuevamente, en voz más alta: “Joven, estoy preguntando,¿donde esta Dios? El niño se levantó de un salto y corrió para fuera de la sala. Agarró su hermano menor y salió disparado de la iglesia. Mientras corrían él dijo a su hermano: “Leo, ¡ellos perdieron a Dios y están intentando echar la culpa en nosotros”
Vivimos en un mundo que perdió a Dios y ni sabemos en quien poner la culpa. No está habiendo más respeto, ni comprensión, ni paciencia, ni amor, ni fe, ni esperanza. Casi siempre oímos la misma cosa: “ ¡todo está perdido!”
Los hombres siguen sus propios caminos equivocados. La violencia está diseminada por todas partes. Los vicios alcanzan a los jóvenes de todas las clases y edades. La corrupción dejó de ser excepción y parece ser regla general. Intentamos encontrar una luz pero parece que las tinieblas lo envolvieron todo.
¿Estará, en verdad, todo perdido? ¡Claro qué no! Dios no está perdido. Está a nuestra espera, presto a auxiliarnos, a abrazarnos, a modificar nuestros caminos, a perdonarnos, a bendecirnos. Así como una sala oscura se llena de luz al presionemos el interruptor, también nuestra vida se alumbra cuando abrimos el corazón para nuestro Señor. ¡Nada está perdido! No hay tiniebla que pueda aguantar la presencia de Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.