Es natural: un duelo… duele. Pues con cada instancia que duelamos
(alguien que muere, una separación, irse del terruño, perder un amigo)
duelamos, entre otras muertes, una muy puntual: la nuestra. Y esto es,
inclusive, inclusive un hecho a nivel biológico: nuestro cerebro está tejido
como un macramé, por finos hilos a los que la vida da forma. Cuando algo
concluye, una parte de nuestro cerebro se ve obligada a destejerse, como un
abrigo que ya no usaremos. Sin embargo, las hebras de ese abrigo no tienen
que ser descartadas: con esos mismos hilos necesitaremos tejer una nueva
forma interna, un nuevo tramo de vida, una nueva identidad.
Sin embargo, cuando acontece una pérdida, la sensación puntual puede ser
la de “nunca más”: nunca más reiremos, nunca más respiraremos a pleno, nunca
más estaremos con nadie, nunca más saldrá un canto desde nuestros labios…
Y es natural que así nos parezca: un duelo… duele. Pero, por favor, no
olvidemos que es necesario conservar al menos un pedacito de sí ajeno a esa
auto-muerte: una parte que no crea en esos argumentos definitivos que el
duelo impone… Permitirse, sí, estar turbado y confuso, incinerarse por
dentro, y tirar fotos y papeles, y guardar lo guardable, y enojarse, y
encerrarse, y salir, y volver a encerrarse… Porque es natural: un duelo…
duele. Pero hacer lo imposible (y pedir ayuda si la necesitamos) para que
esa parecita interna permanezca sobria, excenta de la negrura, recordándonos
desde en algún lugar recóndito, que la Vida reclama su continuación en
nosotros, aunque no sepamos cómo hacerlo (la Vida misma nos lo irá diciendo)
.
Antiguamente se le llamaba “duelo” a esa instancia en que dos
caballeros” se citaban, cada uno con un arma, caminaba en dirección opuesta,
dándose la espalda, y a la voz de “ahora” se disparaban mutuamente (triste
costumbre aquélla…). También en un duelo interno dos partes están en
pugna: una que quiere morirse con lo que ha muerto, y otra que es esa
partecita que implica nuestra conexión con la Vida. Es indispensable que la
segunda se salve, haciendo oír su voz cada vez más nítidamente a medida que
el proceso de duelo se elabore. Y la parte nuestra que muere con lo que se
ha ido, resucitará bajo una nueva forma, en la nueva identidad que
necesitaremos construir. Será indispensable darse el tiempo justo, hasta
saber que es imperioso ya volver a la vida. Ésa será nuestra propia
resurrección: el dolor del duelo, transformándonos. Millones de humanos la
han vivido o la están viviendo ahora, al leer estas palabras (¿es ése su
caso?).
De modo tremendamente nítido describió su propio proceso Octavio
Paz: