¡Hola Soledad!
¡Hola Soledad! Querida amiga mía. Hoy eres mi audiencia en esta iglesia.
El ruido de la cafetera matiza y mí tímpano acaricia, los coches en la carretera, el fresco de la noches y el fresco olor a café, romanizan mis sentidos, y me llenan de suspiros.
Hay cuatro viejos ventiladores funcionando esparciendo los olores, del café y la noche y la sensualidad de las flores y el olor a flora que hay a mis alrededores.
Y cada uno es autónomo en sus propios ruidos, más el zumbido de los mosquitos… complementan la sinfonía de esta sonata que a mis oídos asaltan. ¡Oh, maestro música soledad!
En la pared del fondo hay allí guindado un “Cristo” triste y acongojado todavía crucificado en la misma cruz, con los mismo clavos… En su cara, se ve la pasión, se ve la tristeza, tal vez, todavía se pregunta, “Por qué Padre todavía sigo crucificado.” ¡Después de unas cuantos milenios!
Hay un poco de vida en las flores artificiales, esas que se pierden dentro del ojo, de las que son naturales, porque hay alguna que otra hojas desprendida de su tallo, y es evidente que en ella hubo vida cuando de su tallo estaban prendidas.
Pero nada llena mi vacío, sólo aquel espíritu… de quien yo saco mi fortaleza cuando oro y medito. Cuando me brinda paz y serenidad, y empieza a alumbrar y brillar en mí camino, mientras siga dando pasos adelante y paulatinos, sí, en ellos buscaré fe, esperanza y fortaleza… para rehusar por darme por vencido.
(Desconozco el autor)
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