Una tarde bendecida
me diste , amada , una flor,
y de entonces su perfume embriaga mi corazón.
Era un jazmín blanco y puro más no tanto como tú ; emblema de mis ensueños símbolos de tu vida.
Yo lo conservo en mi pecho y en el siempre vivirá; lo han marchitado mis besos y lo he regado al llorar.
Pero conserva el aroma de tu aliento virginal de tus lágrimas la huella, de tus miradas quizá.
Será el dulce compañero de mi triste soledad; y mientras tú no me olvides jamás me abandonarás.
Más, acaso por desgracia, te olvidaras de mi amor, no resistirán sus hojas la tormenta del dolor.
Y en medio de mi amargura, de mi angustia y aflicción, se deshará en mil pedazos, ¡Y con el corazón!
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