Fundir en una sola, nuestra pasión
por las dos ruedas y por nosotros,
es compartir un viaje en el que cada trayecto nos acerca más.
Cuando montamos juntos,
no es solo el asfalto lo que recorremos,
sino también los paisajes del alma, esos que solo descubrimos
cuando confiamos uno en el otro,
cuando sentimos juntos la libertad.
Tú detrás de mí, abrazada, sintiendo el pulso del motor
como el latido compartido que guía nuestro andar.
Cada kilómetro es una conversación silenciosa,
donde nuestras miradas en los retrovisores
y el viento que nos envuelve
hablan más que mil palabras.
Cada curva que enfrentamos juntos en la carretera
refleja los giros de nuestra historia, las sorpresas,
los momentos en que el camino parece incierto,
pero nunca tememos, porque sabemos que estamos
el uno para el otro.
Si el asfalto se vuelve complicado, tu abrazo me da fuerza
y juntos mantenemos el equilibrio,
como lo hacemos en el amor, aprendiendo a fluir con el camino.
Las montañas que cruzamos, los valles que dejamos atrás,
son testigos de nuestra conexión.
Y el viento, que acaricia nuestros rostros,
lleva consigo los sueños que compartimos en cada viaje.
Es como si el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor
y solo quedáramos nosotros, avanzando hacia
nuevos horizontes.
En esos viajes, siento que el tiempo se detiene.
El ruido del motor, el paisaje cambiando,
todo se convierte en un telón de fondo
para lo que realmente importa:
estar juntos, viviendo el momento, compartiendo esa libertad
que solo conocemos los que aman y viajan sin miedo.
Porque al final del día, cada ruta nos lleva de vuelta a lo mismo:
a esa sensación de pertenecer el uno al otro,
de que no importa cuán largo sea el camino,
siempre lo recorreremos juntos,
y que la verdadera aventura no está en llegar,
sino en el viaje compartido, en las historias que construimos
en cada salida, en cada mirada, en cada abrazo
sobre las dos ruedas.
Alfonso Cerón Zafra
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