Había llegado del trabajo después
de las seis de la tarde, sonaba en volumen
bajo en la radio una canción romántica
mientras una tormenta amenazaba
en el cielo del ocaso; mis manos al volante
de la ruta nacional atento al tráfico
fluido del horario; el fuerte viento sacudía
los gajos de los árboles y tiraba las bolsas
de plástico, hojas y otros objetos
sobre el parabrisas del auto.
La rutina de la ducha luego de acomodar
el maletín sobre la mesa, quitarme
los zapatos, la camisa, la corbata y demás
indumentarias; poner a cargar el teléfono
antes que corte la energía eléctrica
por las malas condiciones del tiempo,
oír la lluvia era una caricia para mi alma
de poeta, las gotas sobre el techo eran
las gotas que salían de mi pluma para formar
las palabras que encendían los latidos.
Llueve y cierro los ojos por unos instantes
y parece que llego hasta tu habitación…
-¿Sabes poeta?- Me encanta cuando llueve.
-¡Sí! ¡Mi reina! A mí también.
Adoro cuando llueve.
El cielo canta la melodía del amor.
-La lluvia trae paz, trae alivio para el campesino
y puedes estar en los brazos
de la persona que amas.
Entonces tomo tus hombros para besarte
apasionadamente y así escuchar en mi
pecho los latidos de tu corazón.
-Te amo poeta, eres mi hombre.
Quiero que me hagas el amor rico,
rico como tú lo sabes hacer.
La lluvia no cesaría toda la noche,
sería la música de la nostalgia, de la pasión
de los deseos y para estar en armonía
en mis ojos llueve también la soledad,
truenos, relámpagos una y otra vez…
En los rayos desde los cristales de mi ventana
puedo sentir que la energía de tu amor
aún vive en mi alma.