Una mañana de verano, cuando Ray Blankenship preparaba su desayuno, miro fijamente hacia fuera de la ventana y vio a una muchacha pequeña que era barrida a lo largo de la acequia del drenaje del desague para lluvia al lado de su casa de Andover, Ohio. Blankenship sabía que a lo lejos, río abajo, la acequia desaparecía con un rugido debajo de un camino y luego vaciaba en la alcantarilla principal. Ray azotó la puerta y corrió a lo largo de la acequia intentando adelantarse a la niña que se hundia. Entonces se lanzó en las aguas profundas, arremolinadas. Blankenship apareció y pudo agarrar el brazo de la niña. Ellos dieron volteretas de extremo a extremo. A tres pies de la enorme alcantarilla, la mano libre de Ray sintió algo (posiblemente una roca) sobresaliendo de un banco. El se asió desesperadamente, pero la tremenda fuerza del agua trató de separarlos a el y a la niña. "Si simplemente puedo aguantar hasta que venga ayuda", pensó. El hizo algo mejor que eso. Cuando llegaron los rescatistas del cuerpo de bomberos, Blankenship habia puesto a la muchacha a salvo. Los dos fueron tratados por el schok. El 12 de abril de 1989, a Ray Blankenship se le otorgó la Medalla de Plata de los Salvavidas de la Guardia Costera. El premio era perfecto, pero esta persona generosa había corrido un riesgo aún mayor de los que la mayoria de las persona supo. Ray Blankenship no sabia nadar.
Si no estuvieramos tan ocupados tratando de evitar el dolor personal, el miedo no podria dominar nuestras vidas. Quizas debemos ponernos de una vez por todas en las manos capaces de Dios, diciendole que lo que pase es su preocupacion, no la nuestra. Nuestra alegria aumenta cuando ayudamos a otras personas, pero no extenderemos la mano a muchisimos otros si estamos temerosos de lo que nos pasará. Joyce Meyer