¿Torturamos psicológicamente a nuestros hijos?
Lejos parece estar ya aquello de "la letra con sangre entra", pero aunque afortunadamente atrás han quedado aquellos tiempos supuestamente caracterizados por el castigo físico y los padres autoritarios, quizás nos cuelguen a nosotros dentro de unas décadas el cartel de padres estresados que torturaban psicológicamente a sus hijos...
Aunque esto suene un poco fuerte, es verdad que el criticado castigo físico ha dado paso al castigo psicológico, y que muchos padres aplican inconsciente, sin saber el daño que pueden causar a sus hijos.
Seguro que en muchos hogares los niños preferirían como castigo una bofetada o quedarse sin salir de su habitación por ejemplo, a soportar la continua letanía de sus padres: "eres tonto, no sirves para nada, todo lo haces mal, con lo que yo me he sacrificado por ti y así me lo pagas, nunca serás nadie," etc.
Estos padres, con su actitud, no se dan cuenta de que lo único que consiguen es deteriorar las relaciones con sus hijos, los insultos y los gritos desaforados rara vez pueden mejorar nada sino todo lo contrario, puesto que sólo engendran frustración y desprecio. Y aunque a primera vista no lo parezca, éste es el mayor castigo que se puede imponer a un niño, cuyo sistema nervioso quedará altamente impresionado.
Los padres deben ser conscientes de que los castigos deben ir encaminados a corregir los aptos negativos del niño, pero siempre con amor y firmeza, por eso hay que evitar castigar a nuestros hijos cuando nos hallemos nerviosos o profundamente enfadados, dejando éste para más tarde cuando estemos más calmados. No olvidemos nunca que el castigo se utiliza para que el niño lo asocie a su mala conducta, al igual que empleamos el premio para fomentar y afianzar sus buenas acciones.
Y no olvidemos tampoco que someter a un niño, o peor aún si se trata ya de un adolescente, a una continua humillación o a gestos teñidos de desprecio lo único que consigue es minar la autoestima del niño, así no le ayudamos a mejorar sus malas acciones sino que lo convencemos de lo malo que es sin darle ninguna alternativa, favoreciendo en el menor la aparición de sentimientos de inferioridad, de desconfianza e incluso de odio hacia sí mismo.
Ser padres es una misión difícil, por eso resulta muy útil que ambos progenitores se pongan de acuerdo en cuanto a normas educativas y que éstas queden bien definidas para todos. Cuando el niño se haya portado mal, en ocasiones será suficiente con mostrar nuestro enfado ante dicha acción e incluso podemos recordarle lo bien que se portó en una ocasión anterior. Si creemos conveniente imponer un castigo éste debe ser coherente y proporcional al comportamiento del niño y siempre encaminado a corregir sus malas acciones.
Recuerda que gritos e insultos difícilmente pueden ayudar a arreglar nada, por el contrario si confiamos plenamente en sus capacidades y así se lo hacemos saber, fomentaremos en ellos la autoestima suficiente para que se superen día a día. Siempre es mejor alabar sus virtudes que criticar sus defectos, así como enseñarle a disfrutar de aquello que le ha supuesto un esfuerzo, sin olvidarnos tampoco de hacerle ver sus errores, ya que los excesos nunca fueron buenos