Gustavo
ya ni se acordaba de por qué se había enojado con su hijo Rodolfo, pero
continuaba molesto, y no podía evitarlo. Se sentía muy frustrado con el
muchacho. Una y otra vez descargó su ira hasta quedar exhausto, e
inmediatamente se sintió culpable por su conducta.
Mirando
a los ojos llenos de lágrimas de Rodolfo, Gustavo le dijo: "Hijo,
siento mucho haber perdido la paciencia. Estuve mal por haberte gritao y
estuve mal por enojarme, a pesar de los que hiciste. Por favor,
perdóname".
Sin dudarlo un instante Rodolfo le contestó: "No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también!"
Y
Rodolfo se arrojo en los brazos de su papá para abrazarlo. Se dieron un
fuerte abrazo, mientras el bálsamo sanador del perdón se derramaba
sobre ambos. Los unía un lazo muy fuerte, capaz de resistir las
desavenencias entre padre e hijo; era un vínculo que se hacía más fuerte
por la fe que compartían. Era como si el desarrollo de Rodolfo
estuviese forzando a Gustavo a enfrentar su propia conducta de su niñez y
hacer algunos cambio.
Gusrtavo
estaba muy consiente de que su hijo analizaba cada una de sus acciones,
y él quería ser un buen padre. Le pidió a DIos que lo ayudara a ser un
buen ejemplo. Todavía está luchando con su carácter e impaciencia, pero
se ha comprometido a cambiar su conducta. Las palabras de su hijo lo
alentaron y lo hicieron sentirse humilde.
"No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también! Volvió a escuchar las palabras de perdón de su hijo.
No es asunto de merecerlo o no, si pedimos perdón lo recibiremos.
Fuente: En el Jardín con Dios.
Antes
bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. A El sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad.
Amén. 2 Pedro 3:18
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Reflexiones Cristianas |
No hay amistad ni amor como el de una madre por su hijo. Henry Ward Beecher
Nuestra
hija Ariana paso de ser un bebe a ser una niñita, y como todas, solía
golpearse y rasparse las rodillas cuando jugaba. En estas ocasiones,
extendía mis brazos y le decía "Ven a verme". Cuando trepaba en mi
regazo, la mimaba y le preguntaba "¿Eres mi niñita?" En medio de sus
lagrimas, asentía. "¿Mi linda niñita Ariana?" Asentía esta vez con una
sonrisa. Por ultimo, le decía: "¡Y te amo siempre, por siempre, pase lo
que pase!" Con una risita y un abrazo partía preparada para su próximo
reto.
Ariana
ahora tiene cuatro años y medio. Hemos continuado jugando a "Ven a
verme" cuando se raspa las rodillas o hieren sus sentimientos, para los
"buenos días" y las "buenas noches".
Hace
unas pocas semanas tuve "uno de aquellos días". Estaba fatigada, de mal
humor y agotada de cuidar una niña de cuatro años y dos muchachos
adolescentes y un negocio en casa. Cada llamada telefónica o llamada a
la puerta significaba trabajo para un día entero, que debía ser
despachado ¡de inmediato! En la tarde ya no pude soportarlo y me marche a
mi habitación para llorar a mis anchas.
Ariana
pronto se me acerco y me dijo: "Ven a verme". Se acostó a mi lado,
coloco sus suaves manitas en mis mejillas húmedas y pregunto, "¿Eres mi
mamita?" entre lagrimas, asentí. "¿Mi linda mamita?" Asentí, y sonreí.
"¡Y te amo siempre, por siempre, pase lo que pase!" Con una risita y un
fuerte abrazo, partí preparada a afrontar mi próximo reto.
Fuente: Jeanette Lisefski. Sopa de Pollo para El Alma de la Madre
He aquí, Dios es el que me ayuda; El Señor está con los que sostienen mi vida. --Salmos 54:4
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