Algunas
ropas fueron enviadas para una
colonia de leprosos, para que
fuesen distribuidas entre los
internos. Preguntaron, a un
niño, de cual ropa él
más necesitaba. Él
contestó: "Mis manos
aún están buenas
y, así, yo puedo remendar
mis ropas cuando ellas necesitan
de arreglo.
Existen,
sin embargo, algunos cuyas manos
no pueden más hacer ése
trabajo. Cuando sus ropas presentan
agujeros, ellos no pueden remendarlas
y los agujeros van se quedando
cada vez mayores hasta que las
ropas no pueden más ser
usadas. Soy muy grato a Dios
porque mis manos están
buenas. Por favor, lleven las
ropas para aquéllos que
no pueden remendar su propias
ropas. Están más
necesitados que yo."
Cómo
sería bueno si mostrásemos
la misma generosidad. No deberíamos
murmurar y reclamar, cuando
sabemos que existen personas
más necesitadas que nosotros.
¿Por
qué somos tan egoístas?
¿Por qué estamos
queriendo siempre tener más
y más, cuando lo que
tenemos ya es más de
lo que suficiente para nuestras
necesidades? ¿Por qué
recordamos apenas de nosotros
mismos, no nos preocupando por
aquéllos que, a nuestro
rededor, están carentes
de tantas cosas del que tenemos
de sobra? Nuestro egoísmo
no se restringe a las cosas
materiales.
Queremos
tener dos, tres o más
cargos en la iglesia, ignorando
aquéllos que anhelan
hacer un algo sin conseguir.
Queremos que nuestros amigos
sean exclusivos y quedamos sentidos
cuando les vemos salir con otros
amigos. Queremos que todas las
luces sean dirigidas a nosotros,
no aceptando que otros reciban
algún reconocimiento
o aplauso.
Somos
los mejores en todo y queremos
que todas las cosas sucedan
por nosotros y para nosotros.
Lo importante soy yo y los demás...
Cuando
Cristo entra en nuestras vidas,
el egoísmo es expulsado
y el amor asume el comando de
todas nuestras actitudes. Nuestros
días se vuelven mucho
más generosos y nuestra
felicidad no tiene más
fin.
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