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Somos mamíferos sociales y, como tales, la figura más determinante en la génesis de nuestro psiquismo es, y sólo puede ser, la madre. Naturalmente, hay posteriormente en nuestra biografía muchas otras influencias el padre, otros parientes, la escuela, la sociedad, la salud, el trabajo, la pareja, etc.. Pero las capas más hondas de nuestra personalidad, nuestra actitud ante la vida, el modo de afrontar nuestros éxitos y fracasos, etc. dependen absolutamente del tipo de relación que, en su día, nuestra madre estableció con nosotros, y viceversa. Este vínculo madre-hijo/a no sólo debe ser sano, sino también transitorio. Así como hay un destete físico de la madre, debe haber también, más tarde, un "destete psíquico" de su abrumadora influencia. Hacia la pubertad, este destete debería quedar completado. La madre no sólo debe permitirlo, sino estimularlo activamente, pese a todas las posibles resistencias del hijo/a. Sólo así se logrará la salud emocional de toda la familia.
Ahora bien, hay madres neuróticas que no permiten crecer e independizarse emocionalmente a sus hijos, sino que cultivan una dependencia malsana y artificial porque son ellas las que necesitan y dependen psicológicamente de ellos. Entre estas madres, las más nocivas son las que, padeciendo severos trastornos emocionales a veces bordeando la psicosis- maltratan psicológicamente a sus hijos con todas las variantes del dominio, la sobreprotección, la posesión, la invasión, la crítica, el desdén, la contradicción, la agresión, la anulación, la manipulación, la traición, la castración, etc. Esto las convierte en verdaderas parásitas de sus hijos y, como esas lianas gigantes de la selva que estrangulan a los árboles, los paralizan, debilitan y pueden acabar destruyéndolos. Los hijos, por eso mismo, son extremadamente dependientes e incapaces de alejarse de este tipo de madres, a las que odian tanto como se culpabilizan por ello, y transforman su inmenso dolor en complejos síntomas neuróticos (ansiedades, fobias, depresiones, autoagresiones, delirios, etc.). Éste es, en suma, el vínculo patológico. Una horrible y perfecta simbiosis madre-hijo/a, a menudo confundida por la sociedad con un "celoso amor de madre" que, según muchos autores, puede incluso generar trastornos psicóticos en los niños/as.
La experiencia profesional enseña, en efecto, que muchos pacientes extremadamente débiles, neuróticos e incapaces de vivir han sostenido, o aún sostienen, este tipo de simbiosis patológica con una madre inadecuada. Por ejemplo, puede ser que aún convivan con ella, o que, independizados o aun casados, mantengan con ella una relación diaria o casi diaria (visitas, teléfono, cartas, etc.), de modo que el inconsciente cordón umbilical se robustece continuamente. Cada nuevo contacto con la madre es un nuevo reabrir y multiplicar las viejas heridas (sumisión, humillación, anulación, manipulación, culpa, odio, etc.); una renovada pérdida de energía. La víctima, movida por el miedo, la culpa y la dependencia, ofrece cada día mansamente su cuello al vampiro para ser sangrada una vez más. Y, si intenta rebelarse, la madre recurrirá a todo su arsenal neurótico para seguir conservando su dominio: bronca, lágrimas, chantaje emocional, amenazas, pseudoenfermedad... ¡e incluso intentará controlar al terapeuta de su desgraciado hijo/a!
El padre, en estos casos, suele asumir dos papeles básicos: o bien es una figura anodina, ciega o pasiva a los abusos de la madre (en realidad, él mismo es otra de sus víctimas); o bien es cómplice de ella formando una sola "piña" destructiva. En este segundo caso, los trastornos del hijo/a serán, obviamente, mayores, pues él/ella no podrá hallar refugio en ninguno de los dos progenitores. El auxilio procedente, a veces, de alguno de los hermanos u otros parientes no suele ser suficiente.
¿Cómo se supera el vínculo patológico? Por parte de la pseudovíctima, naturalmente, percatándose de su contradictoria situación y eligiendo alguna alternativa capaz de darle fuerza, autoestima y libertad (p.ej., trabajo, amistades, actividades, psicoterapia, traslado de residencia, etc.). Logrado el "destete psíquico", el crecimiento emocional del sujeto podrá reanudarse. Y, por parte de los padres y de la sociedad, el vínculo patológico puede resolverse o, mejor aún, prevenirse, tomando conciencia de la extremada sutilidad, complejidad y naturaleza fundamentalmente inconsciente de los vínculos madre-hijo/a, así como de la inexcusable necesidad de unos padres emocionalmente sanos para criar unos hijos igualmente saludables.
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Muy bueno amiga,
interesantisimo, Araceli |
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