El Señor Jesús enseñó que la adoración tiene que ser verdadera, espiritual y nacida del corazón, pues de lo contrario no sirve de nada. Él no tomó partido por el templo en Gerizim o por el templo en Sion, sino que declaró que la hora había llegado cuando los que adoran a Dios le adorarán en espíritu y en verdad. Ahora, los corazones regenerados sienten el poder de esto, y se regocijan que los emancipe de los miserables elementos del ritualismo carnal. Ellos aceptan de buen grado la verdad de que las palabras piadosas de la oración o de la alabanza serían pura vanidad, a menos que el corazón tenga una adoración viva dentro de sí. En la grandiosa verdad de la adoración espiritual, los creyentes poseen una Carta Magna, tan amada como la vida misma. Nos rehusamos a estar nuevamente sujetos al yugo de servidumbre, y nos adherimos a nuestro rey emancipador.Spurgeon
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