“Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás. No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” Apocalipsis 2:-10
Policarpo de Esmirna (70 – 155 D.C.), fue anciano de la connotada asamblea de hermanos que se reunían en esta ciudad de la actual Turquía. De acuerdo a muchos documentos y al testimonio de historiadores como Eusebio, Policarpo habría sido uno de los últimos hermanos que estuvieron en contacto con los Discípulos más cercanos del Señor; siendo un fiel reflejo del legado apostólico y los principios escritúrales que sostenía la Iglesia Primitiva. Policarpo habría conocido en su juventud al Apóstol Juan (El discípulo amado) recibiendo de esta manera el maravilloso legado de los testigos mas cercanos a la vida y obra de nuestro Señor Jesucristo. Convertido por la gracia divina y revestido del ropaje de salud por el don celestial que le fue otorgado, llevo a cabo una vida austera de profunda devoción y vocación al servicio de los hermanos y la Iglesia, convencido de lo perecedero de la vida cifro siempre sus esperanzas en los bienes venideros por lo que denotan sus cartas a la iglesia un profundo sentido peregrino. Entre algunos discípulos que sentían gran admiración por este hermano se encontraban Ireneo y Papías. Cuenta la historia que Florino, que había visitado con frecuencia a Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, Ireneo le escribió: "Esto no era lo que enseñaban los obispos (Ancianos), nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, así como sus exhortaciones a los hermanos. Todavía me parece oírle contar de sus conversaciones con Juan (Apóstol) y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo declarar ante Dios que si el Policarpo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas? Y al momento se habría apartado del sitio en que se predicaba tal doctrina". Según data en la narración de Eusebio en el año sexto de Marco Aurelio, estalló una gran persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Policarpo y su congregación empezaron a sufrir las consecuencias de estos tiempos difíciles, está escrito que el mismo Policarpo, unos días antes de ser arrestado y sentenciado a la muerte, de repente fue vencido por el sueño, mientras oraba. En ese sueño tuvo una visión, en la cual vio la almohada en que se reclinaba encenderse de repente y consumirse... Se despertó del sueño y concluyo que iba a sufrir el martirio por medio de fuego, por la causa de Cristo. Cuando llegaron cerca los que le iban a encarcelar, los amigos de Policarpo trataron con todo esmero poder esconderle en otro pueblo. Sin embargo, sus perseguidores le descubrieron allí, con la ayuda de dos jóvenes, quiénes fueron duramente torturados para que dijesen dónde se encontraba Policarpo. Fácilmente hubiera podido escapar del cuarto en que se hospedaba, para huir a otra casa cercana, pero no quiso hacerlo, diciendo: —Sea hecha la voluntad de Dios. Bajó la escalera para recibir amablemente a sus perseguidores y los saludó con tanta cordialidad que algunos, quiénes no le habían conocido antes, dijeron con pena: — ¿Por qué hicimos tanto alboroto para arrestar a este anciano tan manso? Inmediatamente Policarpo solicito a los de la casa que preparasen una comida para sus opresores, y les rogó a estos que comiesen bien, implorándoles también que le otorgasen una hora de soledad, para orar mientras ellos comieran. Esto le fue concedido. Durante esa oración, revisó su vida entera y luego encomendó la obra en las manos de Dios y su Salvador. Al terminar la oración, le montaron en un asno y llevaron a la ciudad. Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, fueron al encuentro de los alguaciles y Policarpo. Hicieron desmontar a Policarpo y le acomodaron en su carro de caballos. Así pensaron persuadirle que negase a Cristo, diciendo: —¿Que te cuesta solamente decir ‘Señor emperador,’ y ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida? (Ya que el emperador de Roma se sentía un dios en la tierra) Policarpo no les contestaba nada, pero, ante la insistencia de Nicetes y su hijo Herodes, exclamo decisivamente: —Nunca podría decir ni hacer lo que ustedes, me piden y aconsejan. Cuando vieron la firmeza de su fe, empezaron a golpearle y lo arrojaron del carro. Al caer, el anciano se lastimó gravemente una pierna, pero, levantándose, él mismo se entregó otra vez en las manos de sus captores y siguió caminando hacia el lugar de su muerte; sin ninguna queja en cuanto a la pierna lastimada. Luego de entrar al anfiteatro, dónde le iban a ejecutar, una voz del cielo le habló a Policarpo, diciendo: —¡No temas en nada, OH Policarpo! Sé fiel hasta la muerte en el sufrimiento que te espera—. Nadie sabía de dónde provenía la voz, pero muchos creyentes la escucharon. Sin embargo, a causa de la gran bulla, la mayoría de la gente no la escuchó. Pero este acontecimiento animó bastante a Policarpo y a los demás que sí, la escucharon. El gobernador aconsejó a Policarpo que tuviese piedad de sí mismo por razón de su edad avanzada, y que negase su fe en Cristo de una vez y para siempre con un juramento en el nombre del emperador. Policarpo le contestó: —He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y nunca me ha causado daño alguno el mismo. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además ha sido fiel en redimirme? Al escuchar ese testimonio, el gobernador amenazó con echar a Policarpo al foso de las fieras, si continuaría firme en su testimonio.—Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas, a menos que cambies de pensar. Policarpo contestó sin temor alguno: —Qué vengan las fieras, porque no cambiaré mi fe. No es razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien. El gobernador respondió: —Está bien, si no quieres negar tú fe y a las fieras no les tienes miedo, te vamos a quemar. Una vez más Policarpo les contestó, diciendo: —Usted me amenaza con el fuego que arderá tal vez una hora y luego se apagará; pero usted no sabe de la llama del juicio de Dios que es preparada para el castigo y tormento eterno de los impíos. Pero, ¿por qué demora? Traiga las fieras, traiga el fuego, o traiga lo que sea; ningún tormento me hará negar a Cristo, mí Señor y Salvador. Al fin, cuando la gente ya se había cansado de la averiguación, demandó su muerte, y Policarpo fue entregado para ser quemado. Inmediatamente juntaron un montón de leña y viruta. Cuando Policarpo vio eso, empezó a quitarse la ropa y los zapatos, alistándose para acostarse sobre la leña. En seguida, los verdugos le alistaron para clavarle las manos y los pies en la madera, mas Policarpo les dijo: —Dejen, El que me dará la fuerza para aguantar la llama del fuego, me fortalecerá también para permanecer quieto en la misma, aunque no me clavaran las manos y los pies. Entonces acordaron no clavarle en la madera, y sólo le ataron las manos detrás de él con una soga. Preparado en esta manera para el sacrificio, y puesto sobre la leña como un cordero en holocausto, empezó a orar a Dios, diciendo: —OH, Padre del bendito Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por medio de quién hemos recibido la sabiduría salvadora de tú santo nombre; Dios de los ángeles y todas las criaturas, pero sobre todo, el Dios de todos los justos quienes viven en tú voluntad: te agradezco que me contaste digno de tener lugar entre tus santos mártires; Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. Amen. Dicho el amen, los verdugos prendieron fuego a la leña, sobre la cual había puesto Policarpo. Mientras la llama ascendía hacia el cielo, notaron con asombro que le hacía muy poco daño. A causa de esto, ordenaron al verdugo herirle con la espada, el cual fue hecho inmediatamente. La sangre, que por el calor del fuego o por otra razón, salió copiosamente de la herida y casi extinguió el fuego. Así, por fuego y por espada, el fiel testigo de Jesucristo falleció y entró al descanso de los santos, hacia el año 155 D.C.
“…….Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” Apocalipsis 2:10