Una figura herida
Anoche vi su rostro. Fue un instante total, de esos que cuentan los que saben del alma de los hombres que equivalen a una vida completa. Tuve tiempo para buscar sus ojos y mirarlos y proyectar en ellos toda mi soledad, todo mi desamparo, todo el desasosiego de no saber, de no esperar, y abrirme en ellos y encontrar esa ternura que no sabemos nunca si procede de una mirada amiga, pero vemos que nos envuelve y nos consuela y hace un arroyo de luz en nuestro pecho. Necesitaba tanto esa ternura, necesitaba tanto su consuelo, arrojarme en su luz, dejar un llanto largo, mas sin gemidos, manar, fluir, lavarme, correr por sus mejillas, que me dejara limpio de memoria, limpio de mí, que apenas entreví su mirada. Me miraba, lo sé, bajo mis propias lágrimas, sin alterar su paz, como dejándome su paz en mi abandono. Y yo me abandoné, me abandonaba a su caricia quieta, a su presencia inmóvil, a la plena certeza de su gozo. Fue un instante total, de esos que cuentan los que saben del alma de los hombres que equivalen a una vida completa, aquella vida que encuentra su sentido y nunca acaba, y nunca acabará sin su consuelo
(Antonio Carbajal)
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