Las personas se ven obligadas, de una u otra forma, a tomar decisiones de reconstrucción, ya sea en el presente o en un futuro más o menos cercano. Pero eso nunca es fácil, y mucho menos lo es cuando lo que ha quedado son despojos de toda clase.
Yo no soy constructor. Pero supongo que debe ser más fácil levantar un edificio desde la nada que hacerlo sobre un montón de escombros . Todo el trabajo de limpieza, reestructuración del terreno, organización y motivación de los trabajadores (especialmente esto, teniendo en cuenta que a las ruinas tampoco se llega de la noche a la mañana) ha de ser tremendo. Algo traumático sucede siempre hasta que llega el derrumbe o justo antes de que se produzca. Puede ser una situación anunciada desde mucho atrás, o quizá algo repentino, violento. Pudieran darse ambas posibilidades combinándose en una fórmula de dolor que deja sin posibilidad de reacción a quien lo sufre. Las ruinas hablan de lo peor de nuestra vida. Nos recuerdan que hubo una construcción o un edificio que ya no está. Y eso duele siempre.
Nehemías esto lo conocía bien . Muchos años atrás venían viviendo las dificultades propias de estar permanentemente rodeados de enemigos, del pecado del pueblo y el consiguiente rechazo de Dios a congraciarse con esa actitud… Los muros de Jerusalén estaban en la más absoluta ruina y la ciudad de sus padres estaba al descubierto completamente. Destierros, calamidades, humillaciones, fuego y destrucción eran lo más descriptivo de la situación que observaba en los suyos. Pero Nehemías consideró que tenía un papel en todo ello y puso en marcha una obra de dimensiones titánicas para las posibilidades reales con que contaba como individuo, que eran pocas o ninguna.
¡Cuántas veces nos sentimos como Nehemías, ante el deseo de reconstruir, pero sin capacidad real de hacerlo!
Pensaba en estos días en este personaje y en su proyecto de reconstrucción. Pensaba también en nosotros y en nuestras propias ruinas ante nuestros ojos. Peleas, separaciones y divorcios, proyectos frustrados, empresas que se hunden, patrimonios que desaparecen… Y en cuán legítimo y adecuado es ponernos a trazar un plan de reconstrucción, aunque siguiendo un tratado de buenas prácticas, de pautas a seguir, tal y como hizo Nehemías para ejemplo nuestro.
· Al escuchar de las ruinas en que estaban los suyos, se sentó a llorar, hizo duelo por algunos días, ayunó y oró en primer lugar al Dios del cielo (1:4)
· Dirigiéndose a Dios reconocía lo grande y temible que este Dios es, que cumple Su pacto y es fiel con los que le aman y cumplen sus mandamientos. (1:5) Apela además al pacto que Dios había hecho con su pueblo, por el que si pecaban, los dispersaría entre las naciones, pero por el que si obedecían y ponían en práctica Sus mandamientos, aunque hubieran sido llevados al lugar más apartado del mundo, los recogería y los devolvería al lugar donde hubiera decidido que habitaran. (1:8-9)
· De día y de noche oraba por esta causa, antes de poner ni una sola piedra, o de siquiera plantearlo al rey. Esas oraciones eran en favor de Israel buscando la atención de Dios sobre ellos (1:6) y pidiendo el favor del rey como paso previo a poder desarrollar la obra de reconstrucción. Nada había en Nehemías que pudiera augurar mejor éxito que éste: que Dios estuviera detrás de la obra, desde antes de su comienzo a posteriormente, tras su terminación. Como más adelante él admite, “El rey accedió a mi petición porque Dios estaba actuando a mi favor”. (2:8)
· Hizo una confesión personal y específica de su propio pecado. Lejos de conformarse con la mención del pecado del pueblo, en general, lo cual es casi como no decir nada, se incluyó a sí y a su familia para reconocer delante del Dios santo que ellos también habían cometido su parte de ofensa. “Hemos pecado contra ti”. Probablemente Nehemías sería de los más justos de entre el pueblo, pero su convicción acerca del propio pecado era profunda y práctica, en forma de confesión. Y sabía que sin confesión no habría bendición.
· Cuando Dios mostró Su respaldo a esa obra, Nehemías la compartió con sus hermanos para que le ayudaran a llevarla a cabo. La reacción fue un sonoro “¡Manos a la obra!”, pero también la acción unida a la palabra (2:18). ¡Cuántas veces nuestros planes no pasan del papel y el lápiz, de ideas que pululan sin rumbo concreto ni, mucho menos, dirección divina en nuestra mente y manos! ¡Cuántas otras todo queda en buenas intenciones que no nos comprometan a ejecutar la obra!
· La convicción de Nehemías era que, ya que la obra estaba respaldada por Dios mismo, Él les concedería salir adelante. El movimiento de la fe iba paralelo al movimiento de las piedras y por delante de éste, abriendo camino ante la posible incredulidad o escepticismo.
· La obra de reconstrucción no pertenecía a Nehemías en solitario. Todos los que le rodearon, de una u otra manera, tenían algo que hacer (cap. 3). Las reconstrucciones sólo tienen una posible autoría, la divina, aunque un trabajo compartido porque así Él lo ha querido: el de cada uno de Sus hijos colocando piedras según el trazado de Sus planes. Si construimos algo, asegurémonos de que es lo que Dios quiere que construyamos. Y asegurémonos de no hacerlo en solitario. Si lo reconstruimos, cuidemos también de no cometer los primeros errores que la primera vez.
· Alrededor de Nehemías y el pueblo no faltaron los que querían dinamitar el proceso de reconstrucción por el simple placer de hacerlo (4:2). El escepticismo y la incredulidad estaban servidos: “¿Cómo creen que de esas piedras quemadas, de esos escombros, van a hacer algo nuevo?”. Sin embargo, el pueblo de Dios apeló a ese Dios como vengador de su causa. Delegaron en que Dios no pasaría por alto su maldad ni olvidaría sus pecados (4:5), los de sus enemigos. Y continuaron la construcción con entusiasmo, muy al contrario de lo que a nosotros nos sucede a veces cuando se nos presentan obstáculos en el camino.
· Los israelitas no dejaron de construir, no cedieron a las presiones, pero tampoco dejaron de orar y vigilar de día y de noche (4:9). Su responsabilidad estaba tanto en la piedra como en postrarse de rodillas y mantener los ojos bien abiertos. La alerta ante las asechanzas del enemigo es fundamental en la vida cristiana, particularmente entendiendo que está repleta de procesos de construcción y reconstrucción de principio a fin. La santidad lo es, en definitiva, de ahí que sea tan fundamental orar sin cesar y estar alertas.
· Grandes y pequeños, tenían un papel en la reconstrucción. Todos, además, eran alentados en el mismo mensaje: “¡No tengáis miedo! Acordaos del Señor, que es grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, hijos e hijas, y por vuestras esposas y hogares!” (4:14)
· El poder de los planes trazados por Dios sobrepasa cualquier dificultad. Eso es visible tantos a propios como a extraños, al pueblo de Dios como a sus enemigos, que ante esa realidad de que Dios mismo había frustrado sus planes no podrían más que retirarse a un lado. Los israelitas seguían trabajando, la mitad de ellos, y la otra mitad permanecía armada y velando “y no se descuidaba ni la obra, ni la defensa” (4:17)
· Al toque de alarma, por cualquiera que fuese la razón, el mensaje era claro: “¡Nuestro Dios peleará por nosotros!”
¿A qué reconstrucción te enfrentas?
¿Tu vida se desmorona?
¿Sientes que todo alrededor se cae o se está viniendo abajo y ya no quedan más que ruinas cerca de ti?
¿Sientes, sin embargo, que Dios puede obrar en tu casa, en tu familia, en tu matrimonio, en tu trabajo…?
¿Estás pensando en reconstruir, aunque sea sobre ruinas y despojos?
He aquí Dios puede hacer cosa nueva. Las cosas viejas pasan. Dios las transforma bajo la obra de Su poder, no solamente en el aspecto espiritual sino en las pequeñas cosas prácticas de cada día, sea reconstruyendo lo aparentemente minúsculo, o lo gigantesco. Pero el modus operandi de Nehemías no es casual. No es fortuito, ni gratuito. Está preservado en las páginas de la Escritura para enseñarnos cómo hacer para, de entre los escombros, contemplar la obra de Dios, portentosa y milagrosa siempre.
Y volver a reconstruir desde la mejor de las prácticas: la confianza depositada en Él.
Autor: Lidia Martín Torralba