Una específica podría ser la muerte por lapidación. ¿Recuerdan lo que dijo Cristo al respecto con la mujer acusada de adulterio? Pues conviene recordar que dijo que la lapidaran, que tiraran la piedra como la ley mandaba. Y se fueron avergonzados; pero Cristo no dijo que eso era ilegal. Otra podría ser algo sobre los esclavos.
Luego tenemos otras que las llevamos con bastante orgullo. Esas seguramente se dirá que valen para hoy. No había ejército permanente; la ley de la guerra es radicalmente de “objeción de conciencia”, si uno no quería ir no iba; si se acaba de casar, tampoco; o si acaba de plantar una viña. La conservación de los árboles con fruto, que se prohibía su tala para pertrechos de guerra. La propia forma de la comunidad, con su carácter federal (después piden rey, pero eso es algo fuera del Código legal inicial). La propiedad de la tierra para cada familia, con previsión de impedir la acaparación de tierras en pocas manos; algo tan fundamental para la libertad de una sociedad. Etcétera.
Es una cuestión de primera importancia, porque es un reflejo de cómo tomamos las Escrituras y su autoridad. Yo no creo que el Antiguo Testamento se tenga que leer para ejemplos piadosos, o símbolos de personajes. Es la Ley de Dios, su libro o código de derecho civil (y religioso). Imaginaciones sobre personajes: todo lo que se quiera, pero se trata de algo legal, no todo ciertamente, pero es un código legal, que dicta cómo vivir y por qué causas se castiga o se muere. No son ejemplos de escuela dominical, sino el libro que usan los jueces, con el que aplican la vida y la muerte.
Pero, ¿no acabó Cristo con el Antiguo Testamento? Bueno, con algunos libros no, que los Salmos son muy bonitos, pero con el Levítico y cosas así seguro que acabó. Al menos con lo ceremonial, seguro. Pero ¿también con las otras leyes, que se dice que son santas y justas? Lo importante es que a nosotros no nos afectan, eso es para los judíos. Ya veremos si al final se aplican o no. Pero no es para nosotros, nosotros tenemos el Nuevo Testamento.
Se puede caer en discusiones interminables acerca de la ley, y en muchas fábulas judaicas. Pero lo cierto es tenemos a esos libros del Antiguo Testamento que son la “Escritura que es inspirada y apta para enseñar (…)”. La que debían escudriñar porque daba testimonio del Cristo. Y contiene leyes muy variadas, y no se puede solucionar el tema tomando unas, las que nos parecen adecuadas para la modernidad, y dejando otras. Es un código, no se le pueden quitar artículos.
Por simple coherencia me interesó la cuestión. ¿Cómo predicar sin aclararla en tu propia conciencia? Creo que fue por el año 80 que contacté con un autor que trabajó muy válidamente esta materia. R. J. Rushdoony (1916-2001) se aplicó a estudiar y difundir sus convicciones sobre la Ley de Dios. Recibía sus escritos y me sirvió para acercarme a temas diversos sobre la Escritura. Muy agradecido a su trabajo (creo que he leído todo lo que publicó). Incluso se tradujo (lo hizo el profesor David Estrada) y publicamos algo suyo, ahora están sus obras por internet. Este autor está considerado líder de algunos movimientos conservadores norteamericanos. Su hijo sigue, y tienen una fundación con sus obras. No estoy, por supuesto, en todo de acuerdo con él (algunos de sus críticos son muy aprovechables), y mucho menos con algunos de sus colaboradores. Es mi opinión, pero creo que él se acercaba a la Ley (y la estudió con buenas perspectivas) muy cerca de la cruz, otros se han ocupado de la Ley como simples fariseos, muy rechazables. Eso suele ocurrir, al ocuparse de la ley, si no te aplasta y te deja muerto (para vivir por la fe), la otra opción es que te hace subir como el fariseo frente al publicano. Despreciar las leyes de Dios y tenerlas por cosa extraña (¿se acuerdan del profeta?), tampoco es la solución.
El problema con estos autores que han liderado grupos o han sido pioneros en rescatar estudios sobre la Biblia, es que luego los seguidores se encasillan en fórmulas y palabras, complicando la vida a muchos. Un ejemplo; y que también me afecta personalmente porque son autores que he leído y considero muy fieles a su Redentor (y de uno he traducido y publicado algunos sermones, muy bíblicos y edificantes), Herman Hoeksema, 1886-1965, (creo que he leído todo lo que publicó) y Klaas Schilder, 1890-1952. De este último, su trilogía sobre la pasión del Señor (traducida del holandés por Henry Zylstra), es una obra extraordinaria, de gran cercanía al Redentor. (Una nota. Estos libros de Schilder me los regaló, procedían de una biblioteca de su hermano en Sudáfrica, creo, el hijo de un pastor holandés que murió en Dachau. Fiel ministro de Cristo. Llegó, el 13 de junio de 1942, al campo atado a un sacerdote carmelita. Duraron pocos días. El carmelita murió el 26 de julio, ambos ya estaban con la salud quebrada, y el pastor reformado el 8 de agosto. El pastor, del pan que no había dio su ración al sacerdote, muy enfermo. El sacerdote es beato, muy conocido, Titus Brandsma. El pastor confesó su fe ante las autoridades nazis que le proponían tener una vida cómoda, si dejaba de enseñar y predicar como lo hacía. “En este campo manda mi Señor”, fue su respuesta. Fiel pastor. ¿Cómo se llamaba? Johannes Kapteyn, Jo Kapteyn.)
He puesto a estos tres autores, porque pertenecen al ámbito reformado donde me conozco, y todos han servido al Señor, y todos han estado muy cerca de la cruz, y han edificado al pueblo, y han tenido respecto a la Ley de Dios opiniones no idénticas.
Y lo que ahora les digo no procede de ninguno de ellos, o de otros, sino de mi propia reflexión. Pero esa reflexión tiene mucho tiempo, oración, lágrimas, y lecturas detrás. Es la Palabra que tienes que predicar, dedícale todo el esfuerzo posible para no equivocar a nadie con ella. Y al final, solo la misericordia de quien se anuncia, el propio Redentor, para venir a los suyos, hace que sea “Palabra” de salvación. Así es, y así caminamos. Aplastados por la Palabra, pero con su testimonio y autoridad. Cuando se predica, Cristo viene a los suyos (y éstos nunca lo echan fuera), los que el Padre les dio. Con esa Palabra “nace” en ellos, y ellos en él. Es el momento en la Historia en que se encuentra con aquellos por los que murió. Con esa Palabra el diablo también se encuentra con los suyos, por medio de las falsas enseñanzas, de otro evangelio, de otro cristo, de otro espíritu. A veces ese diablo se encuentra con los suyos por negarla, incluso excluirla. (Les tengo que hablar, d. v., las próximas semanas del papado, de los jesuitas, debo hacerlo.)
No se trata de acercarnos a la Ley con discusiones o frivolidades de simple casuística, sino como es en verdad la Ley y el Testimonio, la Palabra de Dios. Ésa que Cristo cumplió perfectamente en la cruz. Es importante.
Primer asunto; nos acercamos a la Ley (el código de las leyes del Antiguo Testamento, ceremoniales y civiles) desde la fe; por lo tanto en tensión, pues la Ley no es de fe, sino que dice “el que la cumple vivirá por ella”. En las leyes se tiene que ver la justicia de Dios, seguro, pero también nuestro pecado. Por eso nos mata; por eso es ministerio de muerte. No es algo inútil, pues precisamente tiene tanto poder como para matar, por causa del pecado. En esas leyes vemos la caída y sus consecuencias. Cuando nos dice cómo tratar a los esclavos, por ejemplo. Los que quieren gloriarse en esas leyes, las que muestran los frutos de la caída, (ya he dicho que también hay otras de arreglo temporal de esas consecuencias) y procurar su permanencia, ¿son conscientes que se alegran y regocijan en los frutos del pecado y sus consecuencias? Se alegran en el demonio, si la separan de la cruz. Y si están en la cruz, no la tienen.
Segundo asunto; la consideración de la Ley como más dulce que la miel, lámpara, etc., no es contraria a lo que acabo de exponer. Nos alegramos en el Testimonio de Dios, que nos indica, nos enseña (como pedagogo) con ella las consecuencias de la muerte y de la separación entre él y nosotros. Por eso es alegría para el creyente, como cuando el Espíritu nos convence de pecado, es la alegría de la misericordia que en ella nos trae el Redentor, pero no es la alegría del fariseo por su existencia y cumplimiento. Esto es el camino de la fe.
¿Había antes un “código” y ahora tenemos otro? No. El que había antes ahí se queda, como la Palabra de Dios que nos enseña y es útil para capacitarnos para toda buena obra. Pero no es un código que tengamos que aplicar. Existen sus casos, sus ejemplos, que podemos usar para una ética común, nunca una ética (del tipo codificada de Israel) en la que se exprese la santidad y la justicia. Nunca expresaremos eso. Todo ahora es relativo. Todo es de camino, histórico. Las iglesias (miren el papado) han procurado rehacer o fabricar códigos de justicia y santidad, al final se han quedado con “no gustes, no toques (…)”, cosas que visten en lo externo pero que no tienen poder de salvación. Ya no hay código. Ya no hay leyes como en Israel. Ahora tenemos el camino de la fe, con el que recibimos la vida con sus variables. Cuando salió Israel de Egipto, recibió este código, y se le advierte (lo que nunca cumpliría) que no se mezcle con las otras naciones, con sus leyes. Ahora recibimos la fe, y nos tenemos que quedar donde estamos, como estamos (siempre en camino de mejorar, claro). No vamos con un código a una nueva tierra. Donde nos encuentra la fe ya tiene sus leyes, su cultura, y ahí vivimos nuestra fe.
A veces se ha querido salir de esos contextos dificultosos, algo correcto en sí mismo, y se han desplazado grupos de cristianos a otros lugares para poder vivir su fe en libertad social. Bien, pero ¿qué ha quedado luego? Leyes temporales, relativas. Que eso ha sido una dinámica en el progreso de la sociedad, claro que sí. Pero no son sus códigos, espero que nadie lo imagine, la expresión de la justicia y la santidad. Incluso, creo que es su mayor fracaso, cuando quisieron (por ejemplo, en las colonias americanas) implantar el código del Antiguo Testamento.
Ahora eso es tiranía. ¿Pero no viviríamos, si fuésemos fieles, con Cristo en obediencia a ese código? No. Ese supuesto no es enseñanza de la Biblia. No están las condiciones, no está el código. Me parece que estos que quieren su aplicación hoy esperan con anhelo a un gobierno fuerte, tirano, que impusiera esas leyes. Qué felicidad para algunos. No, así no. Y de la vida de la fe no salen. Así que, si vives la fe, no estás dentro del código. ¿O sale de la vida de la fe, la esclavitud; la diferencia de trato en los actos del hombre respecto a la mujer; poseer varias esposas, etc.? (Una vez más, la posición de Calvino en este asunto es excelente.)
Autores: Emilio Monjo Bellido