Estaba yo interrogándome a mí mismo acerca de mi vida espiritual; yo, que he sido por muchos años un predicador a otros, entré en una rústica asamblea; un hombre indocto estaba predicando el evangelio, y lo hacía con tal poder que empezaron a fluir lágrimas de mis ojos; mi alma dio un salto al oír la misma Palabra del Señor. ¡Qué consuelo fue para mí! Con frecuencia he recordado esta experiencia: ;La Palabra de Dios me vivificó! Mi corazón no estaba muerto a su influencia. Fui una de aquellas felices personas que conocen el gozoso sonido. Ella trajo seguridad a mi alma. La Palabra de Dios me había vivificado. ¡Qué energía trae a veces un texto al corazón de un creyente! Hay más en una sentencia divina que en grandes folios de humana composición. Spurgeon