Parábola de la cotorra
Había en una casa una cotorra en una inmensa y espaciosa jaula. Nunca le faltaba nada. Gozaba de paz, tranquilidad; su dueña le proveía abundante agua y alimento. Sus días transcurrían felices y apacibles. Había aprendido a imitar palabras y sonidos, era una delicia escucharla. Hasta resultaba ser una compañía para la anciana de la casa.
Un día quedó la puerta de la inmensa jaula, abierta. Entró el gato y se la comió.
Sólo hubiera bastado que su anciana dueña molestara al pequeño plumífero de vez en cuando, tocándola con un palito o arrojándole un poco de agua para provocarle algún alboroto, para evitar esa desgracia. Así la pequeña cotorrita habría aprendido que cada vez que se abría la puerta de su jaula, no sólo era para cosas placenteras como la provisión de agua y comida, sino también para fastidiar su paz y provocarle alguna pequeña tribulación pasajera. De esa manera, cuando el gato se introdujo en su grande y cómoda jaula, hubiera hecho algún alboroto que llamara la atención de su anciana dueña y tal vez hubiera tenido alguna chance de salvarse.
En nuestra naturaleza caída fuera del huerto del Edén, la realidad es que sobrevivimos. Algunos están mejor que otros. A unos les ha tocado vivir mejores o peores cosas que a otros. Pero aún así, el dolor en todos los casos, de una u otra manera, siempre se ha hecho presente en las vidas de cada uno de nosotros. No existe la felicidad absoluta, toda vez que sólo hay momentos felices; muchos, pocos o unos cuantos, no importa.
Sabemos por la palabra de nuestro amado Dios que el maligno anda como león rugiente buscando a quien devorar y que debemos mantenernos alertas todo el tiempo. Nuestro sabio Padre Celestial además de proveernos lo que necesitamos, a veces también permite alguna tribulación. Como la linda cotorrita de nuestra historia: necesita de vez en cuando que alguien la moleste para que aprenda a estar siempre alerta.
Amad@: si pasas por difíciles momentos en tu vida, primero no olvides que no estás sol@. Hay cerca de tu casa un grupo de hermanos en la fe dispuestos a orar por ti y nosotros a pesar de las distancias también estamos para eso. Si necesitas alivio, es lícito que se lo pidas a Dios, pero también pídele fortaleza, inteligencia, visión, ciencia y sabiduría para afrontar los momentos difíciles por los que pasas y hallar esa salida que tanto ansías y necesitas.
Pero fundamentalmente, no te olvides nunca de dar gracias. No por lo malo que te pasa, sino por la victoria que Dios te ha de dar y por los frutos que esta tribulación (nada comparada con una eternidad) va a dar de la mano de Dios en tu vida y las de quienes te rodean.
Autor: Luis Caccia Guerra