SINDROME DEL NIDO VACIO
Uno sabe que en determinado momento los hijos se van a ir. Porque como bien dice Khalil Gibran en su libro “El Profeta”: “Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son hijos e hijas del anhelo de la Vida, ansiosa por perpetuarse. Por medio de vosotros se conciben, más no de vosotros. Y aunque estén a vuestro lado, no os pertenecen.” Pero del saber, a vivir el hecho, hay una gran diferencia. Cuando los hijos se van, cuando su cuarto queda vacío, cuando la casa se llena de silencios, sobreviene una gran desolación.
Más allá de la calidad del vínculo afectivo entre padres e hijos, la partida de un hijo siempre significa un cambio radical: tanto en la vida de quien se va, como en la de quien se queda. Lo que varía es la forma particular de vivir este proceso de transformación.
En el momento de la emancipación se da un cambio, se termina un rol. El rol de cocinar para ellos, de jugar con ellos, de despertarlos, recibirlos…
¿Qué pasa cuando los hijos crecen y dejan el hogar? ¿Qué sienten una madre y un padre cuando después de tantos años de convivencia ven partir a sus hijos para que estos vuelvan sólo de visita?
Cuando los hijos se van del hogar los padres se ven forzados a reflexionar sobre su lugar en el mundo y la validez del proyecto de vida.
Este fenómeno se conoce como “Síndrome del Nido Vacío”. Esta alegoría compara el hogar humano con el nido de algunas especies. Muchos se han planteado si es válida esta comparación, ya que en el reino animal raramente los padres mantienen el apego por sus hijos, sino que más bien cierran un ciclo reproductivo y continúan con otro, sin penar por los “polluelos” que se han ido.
Lo cierto es que, cuando los hijos comienzan a tomar vuelo propio, se plantea uno de los momentos más difíciles para aquellas mujeres que han construido su proyecto de vida sobre la base de una familia regular. Y no es que para el padre este cambio carezca de significado; sólo que por lo general los hombres mantienen una vida activa fuera del hogar que no se modificará radicalmente. Pero también puede haber hombres que por su manera particular de vivir las relaciones paterno-filiales hayan basado su cotidianeidad en el cuidado de los hijos y la casa, para los cuales el cambio también resulta dramático. En realidad, no depende de ser hombre o mujer, sino de cuáles son los recursos con que se cuenta para continuar encontrando sentido a la existencia.
Hay pocos padres que se libran del síndrome del nido vacío. Después de años de criar, cuidar, preocuparse o quizás sólo convivir con sus hijos de pronto las habitaciones se ven muy grandes, la heladera parece estar siempre llena, todo se siente tan pacífico y silencioso. Y, por algún motivo, resulta difícil disfrutar de lo que parece una lista de bendiciones.
Esa desazón no es extraña. Se trata de un período de ajuste que hay que transitar con optimismo, porque puede ser de mucho provecho.
Es cierto, el nido está vacío, pero comienza una nueva etapa, una en la que aprenderemos a conocer a hijos adultos, con quienes tendremos la posibilidad de establecer una relación muy enriquecedora.
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