Humildad y mansedumbre y
longanimidad
"con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con
paciencia los unos a los otros con amor, soícitos en
guardar la unidad del Espíritu, en el vínculo de la paz"
Efesioos 4:2-3.
Ser humilde es permanecer en un nivel bajo, y ser manso
significa no pelear por uno mismo. Debemos ejercitar
estas dos virtudes al tratar con nosotros mismos. Tener
longanimidad es sufrir el mal trato. Debemos ejercitar esta
virtud al relacionarnos con otros. Por medio de estas
virtudes nos sobrellevamos los unos a los otros, es decir,
no rechazamos a los que causan problemas, sino que los
sobrellevamos con amor.
El problema, sin embargo consiste en que nosotros
mismos no podemos ser ni humildes ni mansos. Si somos
sinceros, reconoceremos que no poseemos ni la
humildad ni la mansedumbre verdaderas. Por el contrario,
tendemos exaltarnos y a defender nuestra causa. Además,
así como no tenemos humildad ni mansedumbre, tampoco
tenemos longanimidad y no podemos sobrellevar a otros
con amor. A pesar de todo, Pablo nos exhorta a que
tengamos un andar tan digno como este que describe
aquí.
Estas virtudes se hallan solamente en nuestra humanidad
transformada, es decir, en la humanidad de Jesús. En
Mateo 11:29 leemos: " Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas". La
mansedumbre y la humildad son características de la
humanidad de Jeús. Toda humildad o mansedumbre que
creamos tener es falsa y no pasará ninguna prueba.
¡Alabado sea el Señor que hoy podemos tener la
humanidad de Jesús, la cual se halla en Su vida de
resurrección! Cuanto más somos transformados, más de
la humanidad de Jesús tenemos, y al poseer la humanidad
del Cristo resucitado, espontáneamente tendremos las
virtudes necesarias para guardar la unidad del Espíritu.
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