Estoy en la parada del autobús y tengo prisa. Siempre tengo prisa. Voy de acá para allá sin pararme a pensar en lo que hago. Quiero hacer todo lo que he previsto sin conseguirlo.
Mis proyectos y quehaceres necesitan tiempo. Un tiempo que me falta. El rótulo bajo la marquesina indica que mi autobús tardará todavía cuatro minutos.
Miro el reloj.
El estrés me lleva a pensar qué se puede hacer, cuántas cosas pueden ocurrir en tan escaso tiempo. Pienso en ello y me inclino a creer que dan para mucho, por ejemplo:
En cuatro minutos hay gente que nace y gente que muere.
En cuatro minutos alguien puede degustar un almuerzo rápido, un café.
Cuatro minutos son suficientes para saludar a una amiga que te encuentras en la calle, o cruzar unas frases amables con la persona que, como yo, espera en estos momentos su autobús y está tan seria.
En cuatro minutos un matrimonio, unos novios, unos amigos puede hacer las paces y reconciliarse de nuevo.
En cuatro minutos se puede hacer el amor si es que hay prisa, o dar cuatro abrazos de un minuto cada uno, o regalar un puñado de besos que sanen el alma de quien los recibe y de una misma.
En cuatro minutos puedes conocer a alguien que te caerá bien para siempre.
En cuatro minutos caben guiños, sonrisas y más guiños.
En cuatro minutos se puede llamar a una amiga y preguntarle como está. Si es amiga de verdad entenderá que en ese momento no tienes mucho tiempo y sin embargo, te acuerdas de ella.
En cuatro minutos puedes transmitir algo de la luz que recibes del Señor.
En cuatro minutos puedes compartir una enseñanza cristiana sin adornarla de inutilidad.
En cuatro minutos puedes leer un artículo que te interesa, o una página más del libro que te entretiene estos días.
En cuatro minutos puedes poner en la olla los ingredientes del potaje que te dejará tiempo para hacer otras cosas.
¿Serías capaz de mantener la mirada con tu interlocutor durante cuatro minutos? ¿Qué resultado habría?
Cuatro minutos son suficientes para limpiar lo que ve la suegra y olvidarse de la rutina.
Cuatro minutos pueden ser suficientes para pedir disculpas.
En cuatro minutos puedes comenzar a escribir un poema, un relato, un estudio, una reflexión.
En cuatro minutos te pueden venir a la cabeza infinidad de personas y puedes ponerlas delante del Señor para que te ilumine y las bendiga.
En cuatro minutos de espera hay gente que desespera, como yo. En fin... cuatro minutos cuentan mucho.
Tenemos 24 horas todos los días para dividirlos de cuatro en cuatro minutos y emplearlos en positivo.
Mis proyectos y quehaceres necesitan tiempo. Un tiempo que me falta. El rótulo bajo la marquesina indica que mi autobús tardará todavía cuatro minutos.
Miro el reloj.
El estrés me lleva a pensar qué se puede hacer, cuántas cosas pueden ocurrir en tan escaso tiempo. Pienso en ello y me inclino a creer que dan para mucho, por ejemplo:
En cuatro minutos hay gente que nace y gente que muere.
En cuatro minutos alguien puede degustar un almuerzo rápido, un café.
Cuatro minutos son suficientes para saludar a una amiga que te encuentras en la calle, o cruzar unas frases amables con la persona que, como yo, espera en estos momentos su autobús y está tan seria.
En cuatro minutos un matrimonio, unos novios, unos amigos puede hacer las paces y reconciliarse de nuevo.
En cuatro minutos se puede hacer el amor si es que hay prisa, o dar cuatro abrazos de un minuto cada uno, o regalar un puñado de besos que sanen el alma de quien los recibe y de una misma.
En cuatro minutos puedes conocer a alguien que te caerá bien para siempre.
En cuatro minutos caben guiños, sonrisas y más guiños.
En cuatro minutos se puede llamar a una amiga y preguntarle como está. Si es amiga de verdad entenderá que en ese momento no tienes mucho tiempo y sin embargo, te acuerdas de ella.
En cuatro minutos puedes transmitir algo de la luz que recibes del Señor.
En cuatro minutos puedes compartir una enseñanza cristiana sin adornarla de inutilidad.
En cuatro minutos puedes leer un artículo que te interesa, o una página más del libro que te entretiene estos días.
En cuatro minutos puedes poner en la olla los ingredientes del potaje que te dejará tiempo para hacer otras cosas.
¿Serías capaz de mantener la mirada con tu interlocutor durante cuatro minutos? ¿Qué resultado habría?
Cuatro minutos son suficientes para limpiar lo que ve la suegra y olvidarse de la rutina.
Cuatro minutos pueden ser suficientes para pedir disculpas.
En cuatro minutos puedes comenzar a escribir un poema, un relato, un estudio, una reflexión.
En cuatro minutos te pueden venir a la cabeza infinidad de personas y puedes ponerlas delante del Señor para que te ilumine y las bendiga.
En cuatro minutos de espera hay gente que desespera, como yo. En fin... cuatro minutos cuentan mucho.
Tenemos 24 horas todos los días para dividirlos de cuatro en cuatro minutos y emplearlos en positivo.
Autor: Isabel Pavón