«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán el poder y serán mis testigos...» Hechos 1.8
Espiritualidad y misión son dos caras de una misma moneda. No resulta suficiente decir que son dos aspectos complementarios, sino que son indisolubles. Al leer el Nuevo Testamento esa relación se hace obvia: en Hechos 1.8, por ejemplo, Jesús promete que sus discípulos recibirán el Espíritu Santo y que él les dará poder para ser testigos suyos «... hasta los confines de la tierra». El vínculo entre la actividad misionera y la intimidad con el Espíritu resulta evidente. En Lucas 4.18, Jesús, en la sinagoga de Nazareth, anuncia su proyecto misionero y lo hace declarando que el Espíritu del Señor está sobre él por cuanto lo ha «... ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres... proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, [y] a pregonar el año agradable del Señor.» En este caso, Jesús afirma que la prueba de que el Espíritu del Señor está sobre él es que lo ha enviado a cumplir su voluntad. También en Hechos 10, donde se narra la visita de Pedro al primer gentil, se relaciona la misión del apóstol con una experiencia espiritual que había resultado necesaria ante la dureza de su propio corazón: «Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu le dijo: "Mira, Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado".» (Hch 10.19-20).
Observamos, entonces, que el Espíritu se relaciona con nosotros para que podamos unirnos a él en la realización de sus planes. Así, relación y realización son dos aspectos de un mismo sentido. Sin embargo, en la mayoría de los casos hacemos una separación y preferimos decir que son aspectos complementarios, pero no indisolubles. Por ejemplo, afirmamos que la espiritualidad sin misión degenera en misticismo, así como la misión sin espiritualidad en activismo. Pero, en el fondo, lo que estamos aseverando es que son posibles la espiritualidad sin la misión y la misión sin la espiritualidad. El Nuevo Testamento enseña algo diferente; en él no existe una espiritualidad que pueda llamarse cristiana si no conduce a la misión.
Roberto Suderman (1), escritor menonita y uno de los pocos que ha escrito en castellano acerca del tema específico de la espiritualidad evangélica, define la espiritualidad como «la identificación del espíritu humano con el Espíritu de Dios» y la misión cristiana como «la identificación de la tarea humana con la tarea de Dios». En este sentido, los dos términos espiritualidad y misión resultan sinónimos. Además concluye que la espiritualidad es la misión del cristiano (lograr que su espíritu se identifique con el Espíritu de Dios), así como también la espiritualización de toda nuestra actividad humana.
Asimismo, la espiritualidad nos permite descubrir el origen y la intención de todas las cosas. Pedro, por ejemplo, descubre que todo ha sido creado por Dios (origen) y que el propósito de Dios es la reconciliación (intención); por lo tanto no le es posible seguir haciendo acepción de personas y, por esa razón, sale de inmediato a buscar a Cornelio. En este caso, la misión fue un efecto natural de la espiritualidad. En consecuencia, el efecto de la verdadera espiritualidad será siempre la obediencia. No hay mayor milagro que éste, como lo dice la siguiente historia:
Un hombre recorrió medio mundo para comprobar por sí mismo la extraordinaria fama que gozaba el Maestro.
¿Qué milagros ha realizado tu maestro? le preguntó a uno de los discípulos.
Bueno, verás... hay milagros y milagros: en tu país se considera un milagro el que Dios haga la voluntad de alguien; mientras que entre nosotros se considera un milagro el que alguien haga la voluntad de Dios.
El milagro de la espiritualidad es «ser receptivos y sensibles a las acciones que Dios hace por nosotros [y] ser obedientes a la voluntad de Dios en nuestras vidas». Lo mismo sucedió con el profeta Isaías en el Antiguo Testamento, quien después de percibir que Dios es «excelso y sublime, sentado en un trono» y de experimentar que su maldad había sido borrada y su pecado perdonado, responde: «Aquí estoy. ¡Envíame a mí!» (Is 6.8).
Tal como lo hemos planteado, este vínculo indisoluble entre espiritualidad y misión, origen y destino o relación y realización, nos ofrece el marco más adecuado para la reflexión sobre la misionología evangélica en América Latina y el Caribe. No lograremos superar nuestras deficiencias en esta área acudiendo exclusivamente a la sociología tratando de que nuestra misión sea contextual, ni a la economía tratando de que sea efectiva, ni a la política tratando de que sea encarnada. La respuesta se encuentra en la espiritualidad, para que sea obediente. Y una misionología obediente será, sin duda, contextual, efectiva y encarnada.
Tomado de Apuntes Mujer Líder, volumen III, número 1. Desarrollo Cristiano Internacional