Posiblemente te acuerdes de una canción de Juan Manuel Serrat, de los 70. Te la reproduzco.
Si la muerte pisa mi huerto, ¿quién firmará que he muerto de muerte natural? ¿Quién lo voceará en mi pueblo? ¿Quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal? ¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así? ¿Quién mentirá un Padre Nuestro y "a rey muerto, rey puesto" pensará para sí? ¿Quién cuidará de mi perro? ¿Quién pagará mi entierro y una cruz de metal? ¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral? ¿Quién vaciará mis bolsillos? ¿Quién liquidará mis deudas? A saber, ¿quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario? ¿Quién hablará entre sollozos? ¿Quién besará mis ojos para darles la luz? ¿Quién rezará a mi memoria, Dios lo tenga en su gloria, y brindará a mi salud? ¿Y quién hará pan de mi trigo? ¿Quién se pondrá mi abrigo el próximo diciembre? ¿Y quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre? ¿Quién abrirá mis cajones? ¿Quién leerá mis canciones con morboso placer? ¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y mantendrá mi mujer? ¿Quién me traerá crisantemos el primero de noviembre? A Saber, ¿quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario...?
Preguntas tan universales y tan antiguas como el hombre mismo. Preguntas que tienen que ver con nuestra búsqueda. Con entender la vida a partir de tratar de entender la propia muerte.
Mientras tanto, vivimos una vida demasiado ocupada, demasiado comprimida, demasiado activa para pensar en la muerte. Me pregunto si no será que nos ocupamos para mantenernos mentalmente distantes de ese momento último, como si el no pensar en ese instante la alejara, hasta hacernos inmortales.
Es que… necesitamos sentirnos infinitos. Nos molesta morir, nos incomoda. Se trata de un lugar en nuestro corazón donde pareciera que a la fe en la eternidad le cuesta llegar.
Pero si la cosa llega a nosotros y nos toma desprevenidos, con las defensas bajas y las preguntas logran llegar hasta nuestra alma, algunos de estos cuestionamientos que por ejemplo se hacía el cantante catalán en la canción, nos obligan por un momento a parar la pelota en el partido de la vida y hacer un balance..
No es fácil.
No es grato.
Es que la única forma que encuentra la mente para llegar a esta situación final es muriendo.
Sí, es necesario imaginarse el momento de morir (claro que no en un sentido literal) para tratar de armar la proyección de esa película que tiene que ver con lo más íntimo de nosotros.
Claro que sentís miedo.
Claro que tratás por todos los medios de salir corriendo.
Y conocemos intelectualmente todos los versículos bíblicos que hablan del tema. Y podríamos dar cátedra sobre el Cristo al que amamos, que venció a la muerte.
Y decir como Pablo que en Jesús somos más que vencedores.
Pero otro dicho popular dice que “del dicho al hecho hay un trecho”.
Y llega un tiempo (este podría ser el tuyo o el mío) en que toca examinarse adentro a ver si aquello de lo que hablamos está verdaderamente incorporado también en el alma, de modo que se convierta en un convencimiento que nos afirma para poder hablar de muerte y de vida, y de la razón por la que hemos nacido con esa firmeza del que encarna con toda su humanidad lo que habla.
El viejo dicho habla de que la realización de alguien en la vida, la posibilidad de trascender al propio tiempo pasa por tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.
Yo me quedo tranquilo, porque si bien tuve 3 hijos y planté más de 50 árboles, todavía no me voy a morir, porque libro no publiqué ninguno…
El psicólogo cristiano Joaquín Rocha en un artículo publicado en internet escribió:
“Seguramente, al cuestionarse sobre la herencia, se piensa en lo material. ¿Quién no quiere dejar asegurada la economía de la familia, sin deudas ni problemas financieros? ¿Qué padre no desea resguardar el futuro de sus hijos con bienes materiales? Todo lo relacionado con el dinero va y viene. Grandes y pequeñas fortunas han sido despilfarradas por los herederos, producto de una “venganza” de los hijos: sus padres se preocuparon más por formarlos en el “tener” que en el “ser”. Alguien podrá decir: “después que yo muera, que haga lo que quiera con lo que le dejo. Lo importante es que cumplí”. Está verdad esconde una mirada simplista, cómoda y egoísta.
Para dejar como herencia algo más que lo material, se debe encontrar el sentido a la vida. Esto requiere un trabajo constante en el interior de cada uno.”
Me sorprendí cuando leía a este profesional de la psicología, porque su artículo trajo un tema del que hemos hablado mucho a lo largo de estos años de reflexiones diarias.
En mi hablar con la gente descubro que muchos transcurren su vida hasta llegar a adultos (o incluso a viejos) sin entender para qué están en este mundo.
Unos meses atrás hablé de este tema en mi oficina con un conocido, un hombre de 57 años comerciante dueño de una empresa importante del medio.
Y le pregunté, como puedo preguntarte a vos, ¿Sabés para qué estás vivo? ¿Encontraste la razón por la que naciste? ¿Ya entendiste porqué todavía no estás muerto?
Me miró con ojos grandes y prestando mucha atención. Se quedó en silencio un buen rato y se fue.
Una semana después volvió espontáneamente a verme, muy conmovido; me dijo que nunca había pensado en sus 57 años caminados sobre la tierra sobre este tema del sentido de la vida.
Cuando retomamos la conversación terminó admitiendo que tres generaciones antes que él (su bis abuelo, su abuelo y su padre) se habían suicidado al llegar a la vejez. ¡NUNCA HABÍAN ENTENDIDO PARA QUÉ ESTABAN VIVOS!
Y de algún modo él se sentía ante ese abismo. Su economía estaba estabilizada, sus hijos estaban bien, ya casados y con vida propia, su esposa y él bien de salud. Propiedades que garantizaban una jubilaciónn digna… ¿y ahora qué? ¿es que entonces cuando envejezca será también el momento de repetir el actuar de sus ancestros?
Esto le pasa a mucha gente. Cuando se ven confrontados con estas preguntas piensan en los hijos. ¿y cuando los chicos crecen y se van de casa?
Piensan en bienestar económico. ¿Y cuando ya tenemos lo necesario para vivir hasta que muramos?
La respuesta hay que encontrarla dentro de uno.
Yo te propongo que imagines que te pasara algo parecido a lo que le pasó a JOB.
De buenas a primeras se quedó sin nada de nada de todo lo que era valioso para él. De pronto, comenzó a pensar para qué estaba vivo. Y hasta desear por momentos no haber nacido.
Viktor Frankl, un psiquiatra judío de mitad de siglo XX discípulo de Freud, creó una técnica de psicoanálisis llamada Logoterapia que justamente lo que hace es llevar a los pacientes a preguntarse por la razón para la que están aquí en la Tierra.
Escuchá algunos de sus pensamientos:
- “Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.”
- “La vida exige a todo individuo una contribución y depende del individuo descubrir en qué consiste.”
- “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino.”
- “La muerte, como final de tiempo que se vive, sólo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado a vivir.”
“Cuando no podemos cambiar la situación a la que nos enfrentamos, el reto consiste cambiarnos a nosotros mismos.”
Estas frases nos comprometen, nos desafían, nos movilizan, nos sacuden.
Cada una de estas palabras dichas por un hombre que aprendió a encontrar un sentido para su vida en el campo de concentración de Auschwitz, donde en la segunda guerra mundial fueron asesinadas 1.300.000 personas por los Nazis alemanes y donde murió toda su familia frente a sus ojos, invita a pensar la vida más allá de la muerte.
Es la única forma de darle un sentido a nuestro transcurrir por el presente.
Y está bueno que nos preguntemos estas cosas, como lo hacemos en estos espacios. A corazón abierto, con una actitud honesta. Para encontrar las respuestas primero hay que tener la posibilidad de formular las preguntas.
Dice Joaquín Rocha que “todo lo difícil que se vive guarda un por qué y un para qué, y da la oportunidad de encontrar respuestas (…) Llenar la vida de sentido es encontrar “el para qué” estamos en este mundo. Nos enseña que vivir es más que una sucesión de momentos inconexos y sin exaltación; que los sueños se deben convertir en palabras y las palabras en acción para ir forjando, paso a paso, el camino hacia la trascendencia”.
Yo quiero animarte a hablar de estos temas de los que nadie quiere hablar.
Charlalos con Dios, hablale sin tapujos de lo que sentís, de tus dudas. Pedile que te afirme y que te traiga luz en aquellos lugares espirituales donde el miedo te hace ver todo negro y frío.
Hablalos en tu grupo de la iglesia, hablalos en tu célula, sacá de adentro tuyo todo ese cúmulo de miedos y de inseguridades, animate a admitir cuáles son los límites de tu fe.
Hay que pensar la muerte para ser testigos de la resurrección.
No podemos entender a Jesús resucitado si no encontramos muy adentro nuestro un sentido para nuestra propia trascendencia.
Juan 5:24 al 25 En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida.
En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán.
David Wilkerson escribió: “Pablo lo dijo: “El morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Esa forma de hablar es absolutamente extranjera a nuestro vocabulario espiritual moderno. Nos hemos convertido en tales adoradores de la vida, que tenemos muy pocos deseos de estar con el Señor.
Pablo dijo, “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Pero, por el bien de edificar a los convertidos, él pensó que era mejor “quedarse en la cáscara.” O como él lo dijo, “quedar en la carne”.
¿Era mórbido Pablo? ¿Tenía él una fijación no saludable con la muerte? ¿Mostró Pablo una falta de respeto por la vida con la que Dios lo había bendecido? ¡Absolutamente no! Pablo vivió su vida plenamente. Para él la vida era un regalo, y él la había usado bien para pelear la buena batalla. Él había vencido el miedo al “aguijón de la muerte” y podía decir ahora, “Es mejor morir y estar con el Señor que quedarme en la carne.”
Aquellos que mueren estando en el Señor son los ganadores; nosotros los que nos quedamos somos los perdedores. ¡La muerte no es la sanidad final: la resurrección lo es! La muerte es la travesía, y algunas veces esa travesía puede ser dolorosa. No importa cuánto dolor y sufrimiento hacen estragos en los cuerpos, es nada comparado con la gloria inexplicable que les espera a aquellos que soportan la travesía.
Cualquier mensaje sobre la muerte nos molesta. Tratamos de ignorar aún pensar en ello. Las personas que hablan sobre eso las consideramos mórbidas. Ocasionalmente hablamos sobre cómo ha de ser el cielo, pero la mayoría del tiempo el tema de la muerte es tabú.
¡Cuán diferentes eran los primeros Cristianos! Pablo habló mucho sobre la muerte. De hecho, en el Nuevo Testamento nuestra resurrección de los muertos se la llama nuestra “esperanza bienaventurada”. Pero hoy día, a la muerte se la considera una intrusa que nos separa de la buena vida a la que nos hemos acostumbrado.
Hemos llenado nuestras vidas con cosas materiales hasta el punto de hundirnos. El mundo nos ha atrapado con el materialismo. No podemos imaginarnos que podamos dejar nuestras hermosas casas, nuestras cosas amadas, nuestros tiernos cónyuges. Parecería que pensamos, “Morir resultaría en una gran pérdida. Yo amo al Señor, pero necesito tener tiempo para disfrutar mi hacienda. Acabo de casarme. Tengo que probar mis bueyes. Necesito más tiempo.”
¿Ha notado que se habla muy poco sobre el cielo hoy en día, o acerca de dejar este mundo? En lugar de eso, nos bombardean con mensajes de cómo usar nuestra fe para adquirir más cosas. ¡Qué concepto tan aturdido de los propósitos eternos de Dios! Con razón hay muchos Cristianos que están temerosos de pensar en la muerte.
La verdad es que, estamos lejos de entender el llamado de Cristo a dejar al mundo y a todas sus ataduras. Él nos llama a venir a él y morir, morir sin construir recordatorios nuestros, a morir sin preocuparnos cómo seremos recordados. Jesús no dejó ninguna autobiografía, ni oficinas corporativas, ni universidades o escuelas Bíblicas. Él no dejó nada que perpetuase su recuerdo, sólo el pan y el vino.”
HECTOR SPACCAROTELLA
Río Gallegos
Argentina
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