Dolor Crónico
Escribí este artículo hace 3 años, después de una etapa de dolor físico que duró meses. Espero les resulte útil.
¡Cuánto me acordé de esta cita de Pablo en el segundo libro de Corintios, en estos últimos 5 meses de dolor!
Como en muchas otras circunstancias, el apóstol habla desde su propia experiencia. Y eso le atribuye a sus palabras una profundidad y visa de realidad que constituye una referencia de aprendizaje para quien tenga los oídos espirituales atentos.
Leela conmigo:
2Corintios 12:7 al 10 Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca.
Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí.
Y El me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí.
Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
En estos meses he pasado por varios problemas de salud, todos más o menos serios. Me sorprendió para mi costumbre que el año se ve marcado por dedicar tiempo a ocuparme de restaurar mi cuerpo, con largos períodos fuera de la ciudad, con mucho tiempo en cama abatido por los malestares y apartado para orar y pensar.
Y aprendí mucho.
Algunos de estos aprendizajes los he compartido en otras reflexiones y otros me gustaría que me dieras la oportunidad de hacerlo hoy.
Creo que uno de los primeros objetivos que parece haber tenido el Sr. es enseñarme que solo no puedo. Que si dependiera de mis energías y mi capacidad únicamente no habría llegado muy lejos y hasta dudo que estaría aquí y ahora compartiendo estos pensamientos.
Aprendí a apoyarme en mi esposa, quien no ha dejado de estar a mi lado asustándose conmigo, llorando y orando en esos momentos de incertidumbre y tomando decisiones cuando en mi estado de confusión y debilidad física y mental producto de las enfermedades, no podía hacerlo yo mismo.
Además estuvieron los cientos de personas que probablemente como vos que estás leyendo o escuchando esto que comparto, dedicaron su fe a orar por mi restauración plena y me rodearon de almohadones de cariño y apoyo por teléfono, por correo electrónico y por mensajes telefónicos.
Compartí ya antes que aprendí que estas eran formas de Amor que eran parte del ágape del Padre Celestial. Que Él se estaba ocupando de mostrarme por todas las vías posibles que no hubiera sobrevivido sin esa enorme cuota de amor envolvente y protector.
Cuando uno toma conciencia de esto, se siente inundado por la presencia del Espíritu Santo, y comienza a entender con una profundidad impensada que realmente ha sido una elección voluntaria de Dios el apartarme para un cuidado especial.
También se da de narices contra el piso nuestra omnipotencia humana. Nuestro sentirnos dioses (con minúscula), seres que todo lo pueden y todo lo resuelven, que no necesitan a nada ni a nadie.
¡terrible error!
Como sucede siempre, esa falsa omnipotencia que arrastramos desde los tiempos de Adán y Eva y que no pudo nunca en adelante superar esta humanidad espiritualmente corrompida, se ha convertido en uno de los peores pecados que podemos cometer, que como todos los demás, nos terminan alejando peligrósamente del Señor.
También me acordé de un pastor amigo, que años atrás me enseñaba sus decisiones respecto de los sistemas prepagos de salud. Creo que tenía sus buenas razones.
Él me decía que no tiene sentido embarcarse en una costosa obra social, con un porcentaje elevado del sueldo o ingreso mensual para obtener un sistema de salud mediocre, que en muchos casos termina no dando una correcta solución a las crisis de enfermedad. Que era mejor ahorrar ese dinero para el momento en que fuera necesario, y entonces abonar con trato particular los servicios del profesional de la medicina.
En mi caso en particular si hubiera dependido del sistema de salud social no sé si seguiría vivo. Creo que el haber podido disponer del ahorro suficiente para la búsqueda fuera de la ciudad de especialistas en salud de cada una de las crisis que he vivido me ayudó tremendamente.
Me doy cuenta que los servicios de una obra social están en muchos casos viciados de corrupción y de mediocridad, lo que los lleva a ofrecer prestaciones médicas que en muchísimos casos han sido inadecuados y perjudiciales.
De modo que si me permitís una recomendación, independientemente de lo poco o mucho que tengas de ingresos mensuales, ahorrá un 10% para preveer estos problemas que más tarde o más temprando todos pasamos porque tu salud, la de tu cónyuge o la de tus hijos puede estar en juego. Hay vidas que dependerán de qué decisiones tomes respecto de la salud.
Con estos padecimientos físicos uno de los descubrimientos fue la enorme tortura del dolor que no cesa.
Cuando tenés un problema que genera dolor agudo y este no cesa con medicamentos o tratamientos, cuando pasan horas, días o semanas de ese aguijón o esa espina en la carne del que hablaba Pablo en la segunda carta de Corintios, cuando una y otra vez orás pidiendo ayuda y daría la impresión de que Dios no quisiera ayudar, hay algo que definitivamente se rompe adentro de uno.
En la reciente cirujía, de más de 5 horas que viví con plena conciencia por anestesias locales y mucho sufrimiento, traté de mantener un período de constante oración, de alabanza, de adoración, que me mantuvieran cubierto por la mano del Señor. Sabía que si Él quería eso acabaría pronto y sin sufrimientos.
Pero Él no lo quiso así.
Habían planos de la realidad de mi vida que tenía que descubrir y era imprescindible para mi oportunidad de crecimiento que pasara por el dolor que no parece acabar, por el sufrimiento agudo.
Una mañana ya después de días de dolor, llanto, oración y búsqueda de alivio, reflexionaba en mi cama sobre el agotamiento físico, psíquico y espiritual que significa el dolor crónico. Lo había experimentado en otras personas (muchas de ellas, como mis dos padres que fallecieron el año pasado) terminaron medicándose con morfina como última solución.
La persona se cansa. Más que eso, se agota, y en circunstancias termina deseando morirse.
En el caso de mi padre, hasta intentó tirarse por la ventana del tercer piso de la clínica donde estaba si no hubiera estado yo cerca para evitarlo.
A mí me tocó solamente una muestra. Y afortunadamente las cosas se resolvieron bien, obteniendo siempre un resultado final muy bueno y de plena recuperación. Pero pensaba y hablaba con Dios sobre aquellos millones de personas que no tienen esta suerte. Que terminan obteniendo el veredicto médico de DOLOR CRÓNICO, que poco más o menos es una credencial de sufrimiento físico hasta la muerte.
En esto estaba reflexionando con el Señor, cuando me sorpendió al decirme:
“Héctor… yo te puse en este mundo para atender a esos pacientes que sufren dolor crónico”.
Me quedé paralizado.
¿qué era lo que me estaba diciendo Dios? ¿Qué me estaba dando un don de sanidad? ¿ que tendría que aprender el camino de morir a mi yo para que por mis manos puestos sobre esos enfermos convalescientes pasara la gloria y el poder del Espíritu Santo?
Pasaron unos segundos de conmoción y me animé a preguntarle al Padre si eso era lo que me pedía.
Y Él me dijo “para aliviar EL DOLOR CRÓNICO DEL ALMA”.
Me quebré en oración, cuando empecé a entender lo que me estaba queriendo decir el Señor.
Hay muchas personas que sufren de estos dolores crónicos durante días, semanas, años. Pero no en su cuerpo, sino en su alma.
E igual que sucede con el dolor físico que parece que nunca termina, el del alma genera fatiga, depresión, agotamiento y en muchos casos deseos profundos de muerte. La persona termina abandonándose a su suerte y deja de luchar.
Esa misma noche me tocó compartir en la iglesia de Mar del Plata donde me congrego cuando estoy en esa ciudad, este mismo mensaje.
Y allí vino la segunda parte de esta revelación, una enorme lista de esos dolores crónicos.
Personas que nunca han podido superar problemas del alma, que durante muchísimo tiempo terminan golpeando y hasta generando enfermedades del cuerpo que pueden ser mortales.
Y no saben cómo hacer para superarlas.
Y creen haber agotado todo lo que tenían a su alcance.
Ya no pueden más, no saben dónde buscar ayuda. Creen que ya no hay solución.
La lista que el Señor puso ante mis ojos incluía:
-las personas que vivieron una infancia de maltratos, abuso, abandono.
-Los adictos.
-Los que sUfren rupturas matrimoniales.
-Las relaciones entre padres e hijos que terminan siendo inmanejables y desencadenan rupturas de las que resulta muy dificil regresar.
-Los errores cometidos que terminan generando fracasos irrecuperables.
-La soledad.
-La muerte de un ser querido.
-La proximidad de la muerte propia por una enfermedad del cuerpo.
-La falta de perdón.
-La traición.
Y la lista seguía mucho más que esto que te comparto. Personas que resultan agobiadas por estas pesadas mochilas que terminan doblando sus espaldas como la de aquella mujer encorvada por un problema del alma, que Jesús sanó y es relatado por los Evangelios.
“Yo te pongo en la Tierra para que lleves mi Palabra a estas personas; para que les enseñes que hay un Camino, que Yo puedo llevar alivio, que hay remedio, que no hay ninguna necesidad para que esta enfermedad espiritual siga creciendo y haciendo daño”
Mateo 11:28 Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y HALLAREIS DESCANSO PARA VUESTRAS ALMAS. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.
Esa noche, ya en la soledad de mi habitación, me quedé pensando que esta no era “mí” tarea sino la de toda la Iglesia de Cristo.
Vos, yo y toda Su Iglesia hemos sido puestos en esta tierra para llevar alivio a las almas cansadas, para mostrarles nuevas oportunidades a aquellos que están a punto de abandonarlo todo y ya no tienen deseos de vivir.
Para liberar de esos yugos de esclavitud, para quitar esa opresión, para ofrecer las Buenas Nuevas de la plena restauración a aquellos que no saben ya qué hacer, porque los recursos humanos se acabaron.
2Corintios 3:5 y 6 no que seamos suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios, el cual también nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
Río Gallegos, Argentina