Del palacio al desierto
Moisés tuvo que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Pero… ¿acaso tiene algún mérito el desierto? ¡Absolutamente ninguno! Es el Gran y Sublime YO SOY quien se presentó ante el formidable líder para llamarlo y prepararlo para su misión.
Del palacio al desierto. Los cuarenta años en el desierto de Moisés transformaron su vida. Moisés no hubiera sido quien fue ni hubiera hecho lo que hizo, sin ellos.
Muchos de nosotros nos hemos tenido que quemar en las arenas de un desierto. Muchos de nosotros hoy estamos sufriendo el calor de las arenas de un desierto. No es fácil. No es agradable. A veces la angustia, el dolor, inclusive el temor; ganan terreno a la esperanza y la fe.
Sin embargo, nuestras vidas están expuestas ante nuestros semejantes. Hay personas alrededor nuestro que necesitan que alguien las saque de la esclavitud de su propio Egipto. A menos que venga alguien transformado por el Poder de Dios y abra las aguas del mar para que puedan escapar del poder del faraón de este mundo y ponerse a cobijo bajo las alas del Altísimo, eso no va a ocurrir. El pueblo de Israel no pudo salir por sí mismo. Ellos tampoco. Para eso estamos nosotros. Esa es nuestra misión.
Muchas veces nos ha tocado quemarnos en las arenas de un desierto. No es necesario protagonizar grandes epopeyas como la de Moisés. Es nuestro vecino, compañero de trabajo, el pariente… o quien menos podemos imaginarnos, quien está contemplando los pasos de nuestra vida y esperando ver la manifestación de algo de Dios en ella.
Con frecuencia cuesta asumir este hecho. A Moisés le costó. No es de extrañarse, que quienes hemos sido llamados a ser bendición entre nuestros semejantes y próximos tengamos que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios. Y esto no es cosa exclusiva de quienes escribimos mensajes de ánimo. También estás incluido tú, sin importar tu posición social, económica, cultura, conocimientos, edad, tu cargo en una iglesia o en la comunidad donde vives tus días.
Hemos sido llamados tal como somos. Pero es necesario que séamos transformados por el poder de Dios. Si hoy te quemas en las arenas de un desierto, si hoy sufres y no lo entiendes, es porque has sido llevado a tu desierto. Moisés abandonó el palacio tras un asesinato. Un pecado. Si vamos a un desierto de la vida, aunque no hayamos matado a nadie, es por causa de lo mismo: la necesidad de ser apartados del pecado y transformados para la misión.
Amad@: hemos sido llamados a ser bendición de Dios en esta tierra. Aún a pesar de nosotros mismos. Con nuestros días brillantes y con nuestros días negros. Con virtudes y defectos. Cada uno de nosotros es un “Moisés” para alguien que necesita ser liberado de su esclavitud.
Moisés tuvo que ir al desierto para poder ver la zarza arder y escuchar la voz de Dios.
Autor: Luis Caccia Guerra