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Que otros den nuestro testimonio
Somos el fruto continuado de la semilla de su obra colocados en un extenso jardín llamado Tierra.
El bien que hagas hoy será olvidado mañana. De cualquier manera, haz el bien. El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. Teresa de Calcuta
Poco antes de ser crucificado, el sumo sacerdote interrogaba al Maestro acerca de sus seguidores y sus enseñanzas. Jesús respondía que siempre había hablado en las sinagogas, en el templo delante de los judíos y que no había enseñado nada en secreto. Al terminar de decir estas palabras le sugirió que preguntara a los que le habían oído y qué fueran ellos los que hablaran de él. El texto se encuentra en Juan 18, 19-24. Qué buena y apropiada fue la actitud de Jesús cuando en el verso 21 respondió "¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes me han escuchado y que ellos digan de qué les hablaba. Ellos saben lo que he dicho". Cuánto dice de nuestro buen Señor. Él sabía que había sido fruto jugoso y bueno para muchos. Aprendamos de él cuando nos pregunten acerca de nosotros, dejemos que sean los que nos conocen, el próximo, el amigo, el compañero de trabajo los que digan cómo somos, cómo nos ven, cuál es nuestro comportamiento, de que hablamos, qué enseñamos, qué ofrecemos. Somos el resultado de las enseñanzas del Maestro. Somos el fruto continuado de la semilla de su obra colocados en un extenso jardín llamado Tierra. Dejemos que sean los otros los que digan si nuestro testimonio es verdadero o falso, que comuniquen que sabor tenemos. Nuestra mejor carta de presentación nos la da el próximo cuando aportamos dones. Es el compañero el mejor indicado para dar referencias, sí, el que ha recibido de nosotros las buenas acciones, la buena palabra, el consejo sincero, la ayuda adecuada. Somos fruto en cada temporada del año y por nuestros frutos nos conocerán (Mt 7, 16-10). Sin embargo, el fruto no se reconoce como tal. Es reconocido, disfrutado y compartido por los otros. El fruto, por la gracia de Dios, brota como flor hermosa un día y se transforma durante un tiempo largo en algo bueno y apetecible. Es otro el que lo recoge. La rama no se adueña de él (Juan 15), lo deja libre cuando está maduro. Nosotros, fruto de felicidad, somos alimento para el hambriento del evangelio y para los ya saciados que necesitan más, no para la propia planta que lo produce. Para ella es un alivio ser despojada y seguir produciendo nuevamente cuando llegue el tiempo. El fruto es ajeno a lo que es. No se recoge a sí mismo, ni se aprovecha para sí. Su fin es darse. Son los demás quienes lo aprecian, lo toman por bueno, lo desechan o desean más. Está en nuestras manos querer ofrecer una cosecha de buenas acciones agradable y saludable según nuestro modelo, Jesús. Yo soy fruto para ti. Tú eres fruto para mí.
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Asi es hermano, otros daran testimonio de lo que han visto en nuestras vidas.
Serán testigos del cambio que ha hecho y hace Dios en nosotros. Gracias hermano,
Araceli
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Somos el fruto continuado de la semilla de su obra colocados en un extenso jardín llamado Tierra.
El bien que hagas hoy será olvidado mañana. De cualquier manera, haz el bien. El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. Teresa de Calcuta
Poco antes de ser crucificado, el sumo sacerdote interrogaba al Maestro acerca de sus seguidores y sus enseñanzas. Jesús respondía que siempre había hablado en las sinagogas, en el templo delante de los judíos y que no había enseñado nada en secreto. Al terminar de decir estas palabras le sugirió que preguntara a los que le habían oído y qué fueran ellos los que hablaran de él. El texto se encuentra en Juan 18, 19-24. Qué buena y apropiada fue la actitud de Jesús cuando en el verso 21 respondió "¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes me han escuchado y que ellos digan de qué les hablaba. Ellos saben lo que he dicho". Cuánto dice de nuestro buen Señor. Él sabía que había sido fruto jugoso y bueno para muchos. Aprendamos de él cuando nos pregunten acerca de nosotros, dejemos que sean los que nos conocen, el próximo, el amigo, el compañero de trabajo los que digan cómo somos, cómo nos ven, cuál es nuestro comportamiento, de que hablamos, qué enseñamos, qué ofrecemos. Somos el resultado de las enseñanzas del Maestro. Somos el fruto continuado de la semilla de su obra colocados en un extenso jardín llamado Tierra. Dejemos que sean los otros los que digan si nuestro testimonio es verdadero o falso, que comuniquen que sabor tenemos. Nuestra mejor carta de presentación nos la da el próximo cuando aportamos dones. Es el compañero el mejor indicado para dar referencias, sí, el que ha recibido de nosotros las buenas acciones, la buena palabra, el consejo sincero, la ayuda adecuada. Somos fruto en cada temporada del año y por nuestros frutos nos conocerán (Mt 7, 16-10). Sin embargo, el fruto no se reconoce como tal. Es reconocido, disfrutado y compartido por los otros. El fruto, por la gracia de Dios, brota como flor hermosa un día y se transforma durante un tiempo largo en algo bueno y apetecible. Es otro el que lo recoge. La rama no se adueña de él (Juan 15), lo deja libre cuando está maduro. Nosotros, fruto de felicidad, somos alimento para el hambriento del evangelio y para los ya saciados que necesitan más, no para la propia planta que lo produce. Para ella es un alivio ser despojada y seguir produciendo nuevamente cuando llegue el tiempo. El fruto es ajeno a lo que es. No se recoge a sí mismo, ni se aprovecha para sí. Su fin es darse. Son los demás quienes lo aprecian, lo toman por bueno, lo desechan o desean más. Está en nuestras manos querer ofrecer una cosecha de buenas acciones agradable y saludable según nuestro modelo, Jesús. Yo soy fruto para ti. Tú eres fruto para mí.
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