Muchos me rechazan.
Había un templo en un barrio, a la que asistían personas muy cultas y refinadas. Existía una especie de derecho de admisión, es decir los líderes de la templo se fijaban en los asistentes, en como vestían, su status, su formación y de donde provenían.
Un borracho arrepentido de su situación y con deseos de cambiar su vida, intentó entrar a una de sus reuniones pero no pudo, porque los encargados de recibir a las visitas, le impidieron la entrada al templo. El borracho se retiró con tristeza y sin entender lo que ocurría.
Pasado unos minutos, se presentó la prostituta del barrio que, cansada de la clase de vida que llevaba, intentó entrar al templo, buscando que alguien le aconsejara como podía dejar de usar su cuerpo de esa manera y cambiar su estilo de vida para poder estar más cerca de Dios. Lamentablemente fue reconocida por los recepcionistas del templo y no la dejaron entrar.
Más tarde se acercó un hombre que había tenido muchos problemas; había perdido su empresa, sus bienes, su esposa se había ido con sus hijos y estaba solo, abandonado y viviendo en la calle. Ese día sintió la necesidad de ir a pedirle a Dios, que le quitara su amargura y le ayudara a resolver sus problemas. Su aspecto era deplorable, sus ropas gastadas y sucias. Nuevamente, los que estaban en la puerta del templo, entraron en acción y al verlo venir, ni lo dejaron acercar.
Horas más tarde los tres personajes, se encontraron en la plaza que estaba junto al templo y sentados en un banco conversaban entre ellos y comentaban lo que les había sucedido. No podían entender como había personas que impedían a otras acercase al Señor, cuando el mismo Jesús, derramó amor, sanidad y salvación, entre los pobres, los enfermos y las prostitutas.
De pronto y ante su asombro se incorporó a la conversación una nueva persona. Por alguna razón todos supieron que era Jesús que los miraba con ternura. Entonces les habló y les dijo: No estén tristes, ni se angustien, a mí también me rechazaron. ¿Cómo es posible Señor? preguntó uno de ellos. Ellos piensan que viniendo al templo con sus mejores ropas, cantar algunos himnos y escuchar historias de la Biblia, tendrán mi favor.
Todo lo hacen por costumbre, porque todos lo hacen, pero no se dan cuenta que no permiten mi presencia en sus vidas.
Y peor aún, no se dan cuenta que rechazándoles a ustedes, también me rechazan a mí.
El otro, preguntó: Señor, ¿Cómo una persona puede venir a un templo y una vez dentro no dejar pasar a otra? Es muy sencillo, contestó el Señor: ellos vienen porque son religiosos. No vienen porque me buscan a mí, sólo vienen para quedar bien y para que los demás los vean. En cambio ustedes quisieron entrar, porque me necesitan y tienen su corazón abierto para escuchar mi palabra. Porque quieren ser transformados a través de mi presencia en sus vidas.
Piensa en esta historia y aprovéchala para examinar tu corazón y permitir que Dios te revele el motivo por el que vas al
Templo.
Si sólo vamos por costumbre, por el qué dirán, o por religiosidad, jamás podremos encontrar y conocer a único y verdadero Dios.
Él desea tener un encuentro personal contigo, no quiere que vayas a la iglesia por costumbre, por el que dirán o por religiosidad. Hay mucho más que Dios quiere que entendamos y experimentemos.
“Muchos por ver a los hombres jamás llegan a conocer al único y verdadero Dios”
Jesús te dice: “No todos los que dicen que yo soy su Señor y dueño entrarán en el Reino de Dios. Eso no es suficiente; antes que nada deben obedecer los mandamientos de mi Padre, que está en el cielo…” Mateo 7: 21 - 22 - 2
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