No me pidas que mire con indulgencia mi vida cuando no veo nada digno en mí. Tu voz resuena en mis oídos con un punzante sentir de impotencia.
Saber que alguien a quien amas aún no se sabe amar y vive enrolada en tristes historias que camuflan la realidad, no es fácil de asumir.
Dejo macerar mis pensamientos, los entrego a la tarea de maduración para que cuando llegado el momento les de alas éstos puedan ser ungidos por la sabiduría de Dios y así emerjan de la forma apropiada.
Te miro con pesadumbre, pues sólo logro concebir una leve mueca de lo que un día fluyo con desmesura.
Aplico mi corazón a tus palabras y denoto un acento agrio que tú no percibes, una entonación ocre de un futuro que no parece ser nada halagüeño.
Pienso en las horas de largas conversaciones donde desarropándonos el alma ambas comprobamos que la amistad no se fundamenta en travesaños de continuos encuentros, más bien se consolida en pilares fuertes de momentos significativos, instantes memorables donde la fuerza del cariño logra convertir la amistad en un vínculo inquebrantable.
Ahora, de aquella mujer que con solvencia modelaba sus sueños sólo percibo un atisbo lejano que me deja descontenta, no logro ver sus señas en la persona que hoy envuelves.
Quisiera enseñarte lo hermosa que eres. Quisiera devolverte la imagen de lo que significas para mí, de tu impronta en mi vida.
Pero cuán difícil es mostrar una realidad a alguien anclado en su pasado.
No existe mejor espejo que un ojo amigo, por ello quiero que te mires en mis ojos, que te descubras y así puedas encontrar una razón poderosa para abandonar tu desalojo.
Quiero que descorras el velo de mi mirada para encontrar en mí interior rastros de una vida matizada por ti, pinceladas de una amistad que has ido sombreando trazo a trazo creando el hermoso lienzo de nuestro común afecto.
La oscuridad que hoy te ciñe me desconcierta, quiero que me mires y en mí descubras lo maravillosa que eres.
Puede que la vida te haya mostrado su lado más descarnado al robarte al ser que tanto amabas, que haya teñido tu presente de cierto desapego y falta de fe. Concibo que tu cilicio tenga su comprensión, pero sé que también tiene su tiempo y ya va siendo hora de abandonar el duelo y emprender el camino de vuelta a la vida.
Si te acercas hasta mí podrás leer en mi mirada las frases que por falta de palabras jamás podré pronunciar.
Si te acercas podrás verte reflejada en mis pupilas y quizá en ellas encuentres el reflejo verdadero de quien eres.
Si te atreves a acercarte tanto, tanto, podrás escuchar la melodía de mi corazón que sigue sonando con vehemencia para que tu memoria no se quede dormida.
Recuerda que: el invierno ya pasó, ya brotan flores en los campos; ¡el tiempo de la canción ha llegado!
Saber que alguien a quien amas aún no se sabe amar y vive enrolada en tristes historias que camuflan la realidad, no es fácil de asumir.
Dejo macerar mis pensamientos, los entrego a la tarea de maduración para que cuando llegado el momento les de alas éstos puedan ser ungidos por la sabiduría de Dios y así emerjan de la forma apropiada.
Te miro con pesadumbre, pues sólo logro concebir una leve mueca de lo que un día fluyo con desmesura.
Aplico mi corazón a tus palabras y denoto un acento agrio que tú no percibes, una entonación ocre de un futuro que no parece ser nada halagüeño.
Pienso en las horas de largas conversaciones donde desarropándonos el alma ambas comprobamos que la amistad no se fundamenta en travesaños de continuos encuentros, más bien se consolida en pilares fuertes de momentos significativos, instantes memorables donde la fuerza del cariño logra convertir la amistad en un vínculo inquebrantable.
Ahora, de aquella mujer que con solvencia modelaba sus sueños sólo percibo un atisbo lejano que me deja descontenta, no logro ver sus señas en la persona que hoy envuelves.
Quisiera enseñarte lo hermosa que eres. Quisiera devolverte la imagen de lo que significas para mí, de tu impronta en mi vida.
Pero cuán difícil es mostrar una realidad a alguien anclado en su pasado.
No existe mejor espejo que un ojo amigo, por ello quiero que te mires en mis ojos, que te descubras y así puedas encontrar una razón poderosa para abandonar tu desalojo.
Quiero que descorras el velo de mi mirada para encontrar en mí interior rastros de una vida matizada por ti, pinceladas de una amistad que has ido sombreando trazo a trazo creando el hermoso lienzo de nuestro común afecto.
La oscuridad que hoy te ciñe me desconcierta, quiero que me mires y en mí descubras lo maravillosa que eres.
Puede que la vida te haya mostrado su lado más descarnado al robarte al ser que tanto amabas, que haya teñido tu presente de cierto desapego y falta de fe. Concibo que tu cilicio tenga su comprensión, pero sé que también tiene su tiempo y ya va siendo hora de abandonar el duelo y emprender el camino de vuelta a la vida.
Si te acercas hasta mí podrás leer en mi mirada las frases que por falta de palabras jamás podré pronunciar.
Si te acercas podrás verte reflejada en mis pupilas y quizá en ellas encuentres el reflejo verdadero de quien eres.
Si te atreves a acercarte tanto, tanto, podrás escuchar la melodía de mi corazón que sigue sonando con vehemencia para que tu memoria no se quede dormida.
Recuerda que: el invierno ya pasó, ya brotan flores en los campos; ¡el tiempo de la canción ha llegado!
Autor: Yolanda Tamayo