Sin embargo los hombres siguen pensando que la capacidad de los recursos de la tierra son infinitos, que podemos seguir saqueándola sin límites, pero ¿es la tierra realmente finita en su capacidad de producir recursos? ¿La estamos agobiando y destruyendo con la capacidad casi ilimitada que tiene el hombre de saquear la tierra? ¿Será verdad que el hombre es el Satán de la tierra? ¿Tiene el hombre con su tecnología una capacidad gigantesca para ir consiguiendo la destrucción de la propia tierra?
Los siete mil millones de seres humanos a bordo de este pequeño arca de Noé, todavía no tienen conciencia del concepto de “Tierra finita”.Seguimos saqueando la tierra, pero con una característica demoníaca: Conseguimos progreso material, aumentamos de forma exponencial toda la criticable sociedad de consumo, pero la característica satánica de este desarrollo es que es un desarrollo desigual que da lugar a un pequeño grupo de ricos muy ricos y una pléyade de pobres muy pobres, una legión de empobrecidos que habitan el planeta tierra.
El escándalo de la pobreza y de la miseria humana, está haciendo una llamada a un desarrollo más igualitario y, además, sostenible. Si los humanos no comienzan a tomar conciencia de estos desequilibrios, de la idea de que la tierra es finita en sus recursos, de que hay que buscar un desarrollo que sea sostenible en el tiempo y que impida dejar a los que nos van a suceder, nuestros hijos, una tierra empobrecida y moribunda, tenemos que cambiar los parámetros del desarrollo humano.
Y al hablar de Desarrollo Humano, conectamos de nuevo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en relación con la ecología, con la defensa de una tierra liberada, no saqueada, sana y limpia que sea la casa de todos en un plan de igualdad y equilibrada tanto en sus ecosistemas como en la redistribución de los bienes del planeta tierra.
Los Derechos Humanos intentan ser equilibradores e igualitarios en la redistribución de bienes. Todos los habitantes del planeta tierra, sus siete mil millones de seres humanos que lo habitan, dice el artículo 22 de la Declaración Universal que tienen “derecho… a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad” .
Se habla de derechos económicos, de salvaguardar la dignidad de las personas, de los derechos sociales… para los siete mil millones de habitantes de nuestro planeta. La Biblia se une a esta igualdad y protección de los derechos económicos, sociales y de la dignidad de la persona: “No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana” (Lv. 19:13).
También el apóstol Pablo dice citando a Moisés: “No pondrás bozal al buey que trilla” . Concluye Pablo que esto se dijo pensando en los hombres y añade: “porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir su fruto” . Lo que no sé es si incluso a muchos hombres de hoy se les ha despojado de su arado y de su trilla, de la posibilidad de gozar del fruto de la tierra.
La primera parte del primer punto del artículo 25 de la Declaración Universal dice algo que la Biblia apoyaría en su totalidad: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación…” . Terrible derecho básico que no se cumple en el mundo hoy.
Para que se puedan cumplir estos valores bíblicos y estos derechos humanos, hay que ligar la Declaración Universal a los temas ecológicos, a los temas éticos de evitar el desigual reparto de los bienes del planeta, al cuidado de un desarrollo sostenible en el tiempo, que cuide la tierra y sus ecosistemas y que arregle los desequilibrios que se dan entre personas o países ricos, muy ricos, y otros pobres, muy pobres.
Para conseguir esto debemos echar mano de los valores bíblicos, de la parábola del rico necio, de las afirmaciones de Jesús que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen.
Hay que hacer renuncias desde los más ricos para que los más pobres puedan tener también una vida digna y tener lo suficiente en alimentación y vestido… y los cristianos, si seguimos al Dios de la Biblia y practicamos, realmente, todas las consecuencias de la vivencia de una espiritualidad cristiana, tenemos que comprometernos con estos temas en defensa de la dignidad y liberación del hombre en una tierra enferma que queda desequilibrada por el hombre con sus desiguales repartos. Hay que buscar y hacer justicia.
Hay que evitar que muchas personas vivan exclusivamente para conseguir ganancias monetarias, para estar inclinados al brillo del oro y, deslumbrados por él, estar dispuestos a empobrecer y reducir al no ser de la marginación a más de media humanidad.
Hay que controlar a los acumuladores necios del mundo que guardan en sus graneros lo que es pobreza para muchos: “la escasez del pobre está en vuestras mesas” , dice Dios a los acumuladores de la tierra y los maldice lanzando contra ellos multitud de “ayes” bíblicos de condena. Hay que controlar a aquellos que viven para beneficiarse de las ventajas de lo político, de la lucha por el poder terrenal… hay que ponerse a favor del hombre y de sus derechos humanos.
Nadie como los cristianos podemos ser los paladines de esta lucha. Nadie como los cristianos pueden ejercer su voz y su influencia para liberar al hombre y, a su vez, liberar la tierra, interrumpir el saqueo y el desigual reparto que van destruyendo simultáneamente tanto al hombre como a la tierra.
Estamos ante la necedad del hombre criticada por Jesús y que dice a los ricos y acumuladores de la tierra, a los ricos de este mundo: “Necio. Esta noche vienen a pedir tu alma y lo que has almacenado, ¿de quién será?” . Este mensaje también debe ser puesto en nuestras bocas a manera de denuncia profética. Si no, los cristianos no podremos decir que somos la sal y la luz del mundo. Estaremos trabajando en negro, sin ningún reflejo de luz a bordo de una nave tierra a punto de naufragar.
Autores: Juan Simarro Fernández