"“A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.” Hechos 23:11 "
Los días de Pablo eran llenos de presiones por parte de sus perseguidores, de las autoridades judías y las autoridades del Imperio Romano, que querían congraciarse con los judíos. Para los romanos era un elemento de curiosidad y si viviese en nuestros días, podría llegar a convertirse en un atractivo turístico, pero cada vez que era llamado por las autoridades, era un desgaste mas, que solo las fuerzas del Señor podían sostener y mantener con sabiduría.
No era fácil, pero él sabía que no estaba solo, que el Señor estaba con él y esto no solamente lo fortalecía, sino que ponía todo su denuedo para testificar de Jesucristo. Esta era su visión y misión, el objetivo y propósito mayor de su vida ahora y hasta el día de la culminación de su carrera en esta tierra. Ese era el panorama, después de un largo día de haber sido sacado a las autoridades romanas, judías y al pueblo, acto programado por el Concilio.
Pablo había comenzado su defensa, e interrumpido por los golpes ordenados por el sumo sacerdote, a quien él no había reconocido, y había dicho: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada!. ¿Estas tú sentado para juzgarme según la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear?, el no debía decir esto a un príncipe de su pueblo, ¡pero qué verdad estaba diciendo!. Imagino la escena y a mi carne le hubiera gustado estar allí, para aplaudir a Pablo, en nombre de la verdad, de la justicia, de la libertad de expresión y la democracia, pero yo estoy aquí, sentado y escribiendo, mientras que él, se estaba jugando la vida.
Evidentemente el conocimiento de Pablo de las leyes, tanto Hebreas como Romanas, le permitían saber muy bien que tenía que decir. Pero sin duda la sabiduría de Dios y su promesa de que el iba a poner palabras en su boca, le dieron la luz para distinguir quienes eran los que estaban presentes. Entonces habló de Resurrección, apretó el disparador de la discusión entre Saduceos y Fariseos, al punto que las guardias tuvieron que llevárselo a la fortaleza. En ese contexto llega la misma Presencia del Señor y estas palabras de ánimo del Señor, “como has testificado de mí en Jerusalén es necesario que testifiques también en Roma”.
Pablo, a cada paso que él hiciese tenía la oportunidad de hablar de Jesús, con quien estuviese, en tierra, en el barco, en la cárcel o donde fuese el habló de su Señor. Perseguido o entre rejas el mensaje de Cristo corría en libertad, nada podía frenar la Palabra de Dios, que como un reguero de pólvora corría anunciando las buenas nuevas de Salvación a todo aquel que creía. Las vidas eran transformadas, el que había estado mal era restaurado por el poder vivificador de Jesús. Y el Señor agregaba a la iglesia cada día, nuevos hijos.
¡Señor dame la posibilidad de hablar a todos los que me rodean, del amor de Jesucristo, para que muchos te conozcan!
¡Señor ayúdame a testificar de ti donde tú quieras!.